Érase una vez un país que era una isla, si entendemos por isla, que esta aislado, que le rodea un mar denso y negro, profundo e ignoto. Isla que por otra parte forma parte de un archipiélago de islas, unas más grandes , otras, más pequeñas, juntas pero no revueltas.
El país que nos ocupa solo vive de la madera, la madera que entra y sale, saliendo más de la que entra, compran, venden, pero su producción es mínima, viven del comercio como otras muchas civilizaciones, perdón islas, lo han hecho antes, lo harán después.
No se dedican a otra cosa que no sea “la import-export” de madera. No tienen industria, no explotan los recursos propios, en suma no tratan nada que no sea la madera. Ni siquiera investigan en métodos que sean más rentables para la tala de la madera y su transporte, para eso traen mano de obra de otras islas alejadas, de donde acuden personas expulsados , al ser sus tierras propiedad de esta y otras islas madereras.
Todo se pesa en madera, todo se mide en madera, se podría pensar que hacen barcos, casas, que se calientan con madera. No, cambian su madera por barcos, casas y fuentes de energía que traen de fuera.
Todo dibuja una arcadia feliz, donde puertos construidos a cambio de madera, reciben todos los días y de los que parten los mismos días miles de toneladas de madera, madera de todos los tipos y procedencias, que da igual, la madera es capital y el capital fluye y parte.
Los gobernantes felices cobrando los aranceles, no todos los aranceles, claro esta, que mucha madera entra y sale sin control, verbigracia, sin abonar impuestos que es más rentable la madera negra, por mor de la nocturnidad de su transporte, que la dorada que parte por la mañana.
Pero llega un día que aun con los almacenes llenos, deja de fluir la madera y la madera almacenada no puede hacer frente a los pagos implícitos al nivel de vida de los madereros locales.
El estado ha de intervenir y después de intentar sanear los balances, esto es las diferencias entre pérdidas y ganancias, ve con ojos asustados que la calidad de la madera almacenada no cubre, ni cubrirá nunca el descubierto, de los madereros especuladores.
Hay que abandonar la isla, para ello el gobierno hace un llamamiento a todos los estamentos, públicos, privados, personales. Hay que construir un gran barco en el que todos abandonar la isla, que amenaza con ser hundidas por comerciantes de otras latitudes enfadados con la deuda.
Afluyen las maderas a los campos de trabajo, comienza la construcción y en poco tiempo con la ayuda de la mano de obra exiliada, se crea una gran nave donde toda la población, con derecho a ello, podrá abandonar la isla y con ella su gran deuda.
Ni que decir tiene que aquellos que la construyeron no tienen cabida en ella.
Y en un día de Mayo, soleado, sin una nube que no han venido al no haber quedado con las olas, ni con el viento, se hacen a la mar. No han recorrido dos millas, marinas, que son el doble de las terrestres, pero no obstante corta distancia para una travesía. La gran nave empieza a hacer aguas, se va escorando, se va hundiendo. El capitán alarmado, llama a su segundo que no entiende, tampoco, como esto es posible.
Se convoca una asamblea de urgencia, donde acuden todos los pasajeros para dilucidar la causa de la situación.
Ni que decir tiene que los primeros acusados, por otra parte ausentes por su abandono en la isla, son los constructores, que en opinión de la mayoría han traicionado y vulnerado la confianza que se había depositado en ellos, en tan importante momento.
Se plantea volver a la isla para dar su justo merecido a estos saboteadores, pero tan corta travesía, para un barco en estas circunstancias es un imposible.
Hasta que al fondo de la sala, el grumete, un chaval joven con rastas, pendientes, piercing y cresta se dirige al común, va con una tabla en la mano, una tabla de la cubierta del barco, la enseña a la concurrencia y a pesar de su grosor, la parte ante el auditorio, como si de una oblea sacramental se tratase.
Un ¡OH! Arroya la sala, y el joven pregunta: ¿Qué clase de madera habéis aportado para construir este barco?
El más viejo de los madereros y el más viejo de los ciudadanos, como responsables, junto con el representante de los gobernantes avanzan un paso y con voz trémula, confiesan:
- Hemos usado la peor, la mejor está en las bodegas y enviada fuera de nuestras fronteras para asegurarnos, perdón para aseguraros un futuro mejor.
El barco se partió en dos y todos murieron felices y comieron, perdón y se los comieron los tiburones y los buitres que con paciencia esperaron.
Poco después de otras islas acudieron en busca de las maderas que se apilaban en el fondo del mar en las bodegas del barco, que esto como la historia interminable no ha hecho nada más que comenzar.
Buen fin de semana y buena suerte.
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