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martes, 8 de mayo de 2012

Entonces llegaron...................................

Era un día, a primera vista, normal, como todos. Carreras, desayunos, duchas apresuradas, tostadas quemadas, bocadillos medio envueltos, móviles que se olvidan, cigarrillos apresurados. En suma un nuevo comienzo de día. Pero entonces................. Llegaron ellos........................., por un momento parecía que la luz del sol se apagaba,  merced a grandes masas de acero que bajaban del cielo. Eran como carros, carros voladores, evocados por un Ezequiel olvidado.

Carros tirados por caballos alados, caballos de siete, no, ocho patas, que vacilaban en el aire, como trotando en la nada. Sobre sus lomos cuatro alas metálicas que permitían, con un ligero movimiento aminorar la marcha, como en un ejercicio mil veces entrenado con el fin único y exclusivo de posarse en el suelo. Desde abajo, silencio absoluto, miradas absortas, bocas abiertas de par en par sin emitir un solo sonido, ni la  respiración de 6 mil millones de bocas, producía el menor murmullo.

Y todo esto estaba pasando de manera simultánea en todo el planeta.

Giraron los miles de millones de carros sobre las cabezas extasiadas, los caballos arrojaron chorros de humo por sus ijares, en el esfuerzo por conseguir un aterrizaje suave y sin estridencias.

Como en una llamada universal, las gentes en todas partes comenzaron a formar filas, los niños con los niños, los hombres con los hombres, las mujeres con las mujeres y los ancianos sin distinción de sexo con los ancianos, todos cogidos, en  estremecedoras filas, de las manos.

Los carros levantaron sus rampas y mostraron sus interiores completamente vacíos, donde seres indefinidos con túnicas hasta el suelo y apoyados en báculos, les indicaban que fueran subiendo y acomodándose en los bancos que, a ambos lados se abrían.

Las rampas se inclinaron y comenzó la procesión, una procesión que parecía interminable, pero ni seis mil millones de pasos continuados son interminables, son eso, seis mil millones de pasos, seguidos de otros seis mil millones y así sucesivamente hasta completar las cargas.

Todo sucedió en un instante, que el universo tardo miles de millones de años en formarse, esta procesión fue a su creación un instante.

De nuevo los carros se cerraron, los caballos de acero piafaron, como locomotoras de otro tiempo,  y en un ligero trote tomaron velocidad arrastrando tras de si los carros, hasta que por fin y a fuerza de velocidad emprendieron el vuelo, se elevaron por todos los puntos del planeta, atravesando las diferentes capas atmosféricas hasta perderse en el espacio infinito.

Abajo, todo desierto, ni un grito, ni una voz, solo un visillo entrando y saliendo por  una ventana de una casa ya deshabitada, ¿deshabitada?, solo un zumbido ligero parecía mostrar algo de vida en su interior, un zumbido seguido de otro. Ambos zumbidos se posaron en el alfeizar, mientras eran acariciados por el visillo que entraba y salía de la ventana, como dando una señal de un nuevo telón que se levantaba. Bajo el telón dos insectos, con miles de ojos facetados, con ocho alas cada uno, con doce patas cada uno que frotaban con fruición produciendo el zumbido que despertaba al planeta y solo un murmullo entre ambos, un murmullo a modo de conversación.

Un murmullo, que si nosotros consiguiéramos traducir el sonido de los murmullos, que algunos insectos producen, vendrían a decir, ELLOS HAN TERMINADO Y NO LO HAN CONSEGUIDO, ES NUESTRO TURNO, Y EL MUNDO ES NUESTRO.

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