Soy consciente que el material de hoy es harto abundante, pero pensando que mucho de lo aqui reflejado, mañana será historia, no es mucho pedir que antes que el "barbaro" bombardeé, lo que nunca llegareís a conocer, echeis un vistazo a lo que fue, y que nunca volverá a ser.
¿Cuantas caras vistas al pasar, cuantas familias, cuantas gentes en suma que conocí sin llegar a conocer, mañana dejaran de existir? Todo por decisiones económicas que a todos, invariablemente a todos nos sumergiran en el caos.
PALMIRA II O CADA UNO POR SU LADO
Aunque asistí con mi compy, religiosamente, a la visita guiada, por él de siempre, mejor hubiera sido quedarme en la cama. Para mi Palmira era la de ayer, no la de hoy, me enerva su estado y la afluencia masiva de gente que lo atropella y colapsa todo, sin ton ni son. Por tanto ni siquiera entré a las Tumbas Torre, donde los palmirellos de postín realizaban sus enterramientos. Tropeles de todas las nacionalidades las tomaban al asalto, mientras los guías, mano en bajo pecho, se saludan pseudo religiosamente y en función de su familiaridad se besaban, entre sonrisas cómplices y engañosas, que anunciaban los negocios del nuevo día. Mis ojos se posaron en una guía siria, según me dijeron la única que había, maquillada como una puerta y que repasaba incansablemente su bolso, lo único a destacar sus ojos. ¿De donde sacan sus ojos estas mujeres que solo hacen sombra a las matas de pelo sedoso y fuerte que cabalgan sobre sus hombros? Son autenticas andaluzas de antaño, antes de que tintes, piercing y tatuajes, convirtieran a las mujeres de Julio Romero de Torres en hembras del montón. La sangre Omeya que corre por sus venas, no en vano ha corrido por siglos en las nuestras, hoy amoniaco con colorante.
Mi cuerpo, no obstante, era aún duramente atacado por Saladino y me veía obligado a prescindir de la colación del medio día. Olga estaba peor, sus ojos vidriosos y la mano que intermitentemente tocaba su estomago, lo indicaba. El resto como unas rosas y eso que ayer tocó jarana, hasta las 2 de la mañana estuvimos lo más granado del grupo, danzando o similar, a ritmo de reageton y demás temas de cariz hispano-árabe, músicas que inexplicablemente se conservaban en un sótano de hotel que nos abrieron misteriosamente y que resultó ser una discoteca. Lo mejor sin ninguna duda el arte mostrado y demostrado por Mariam, quien dejando la seriedad a un lado, seriedad que por otra parte, creo, no forma parte de su naturaleza, baste con observar la vivacidad de sus ojos en los que quiere aparecer como madura y formal, pero en los que se esconde una niña ávida de diversión y aventuras, (a pesar de su manía de comprar compulsivamente o quizás producto de ello). Quien nos dejo “ojiplaticos”, perdóneseme el palabro, al interpretar las danzas árabes, como si lo hubiera hecho durante toda su vida y con una sensualidad que por lo menos a los chicos, escasos por otra parte, nos transportó a tiempo de Haimas, Harenes y algún que otro eunuco, (de verdad que esto no va por el guía). Todo ello sin contar a las facultativas de guardia, que demostraron que, entre urgencia y urgencia, se dejan caer habitualmente por garitos de los Condados Catalanes. Bailamos hasta la extenuación, hasta perder conciencia de donde nos encontrábamos y yo en mi caso, mea culpa, sin percatarme de que mi compañera de juegos y demás funciones inherentes al cargo, estaba siendo abatida por Saladino, en mala lid. No obstante fue una despedida en la que nos conocimos todos un poco más, lástima que al tratarse de despedida quedará en eso, en un somero conocimiento.
Aún con los efectos de mi cimbreo discotequero, el día siguiente fue de perros, tanto es así y quizá más motivado por los estragos que Saladino hacia con nosotros, nos retiramos a media mañana, aprovechando para despedirnos de los que hasta el momento nos habían acompañado y con los que habíamos pasado una noche memorable. En otro tiempo, en otro lugar……………………
El resto del día, duermevela en la cutre habitación del hotel, mucha agua, poca comida y poco a poco recuperación, que se fue planteando de manera más firme, a la mañana siguiente, aunque aún por la noche recorrimos el pueblo en búsqueda de los vestigios de la antigua Palmira. Trabajo vano, todo irreconocible, cada construcción que se lleva a cabo en Siria a los diez minutos parece que tiene diez años, como si una Comisión de Urbanismo, inexistente, se ocupara de envejecer todo aquello que se hace de nuevo para no desmerecer el conjunto.
Esa noche no obstante encontramos la evidencia de lo que venia denunciando desde el principio del viaje. Al sentarnos en la mesa de uno de los restaurantes “céntricos” de Palmira, el camarero nos preguntó a que grupo pertenecíamos, a lo que le contestamos que a ninguno, y al interesarnos por el por qué de la pesquisa, nos indicó claramente que si pertenecíamos a algún grupo, la cantidad a pagar sería superior ya que tendría que dar comisión a los guías.
Como se que lees esto Aiman o deberías hacerlo, para que un día llegues a ser un buen profesional, te voy a hacer una consideración, que seguramente no te hará entrar en razón, pero que quizá cambie la percepción que te llevaste de mi.
Verás para hacer el viaje que hemos llevado a cabo, he tenido que destinar el sueldo que cobro en España durante dos meses, por ello y como puedes comprender aquí los perros no se atan con longaniza y me cuesta viajar más de lo que tu te crees, ya que tengo que destinar el sueldo íntegro, repito, de dos meses a ello, que luego pago religiosamente en plazos a los que se aplica un interés subsiguiente, aumentándose con ello el montante del capital inicial.
Para no liarte, para estar 2 personas 12 días en Siria y pagar el viaje y las facturas, que nos has hecho pagar, en tiendas, bares, restaurantes y propinas, Olga y yo hemos tenido que destinar más de 4000 Euros, ósea, repito de nuevo, entre los dos, cuatro meses de sueldo. Así cuando tengas que sangrar a alguien no pienses únicamente en tu interés personal, tienes derecho a vivir, pero no tan bien, y menos a nuestra costa.
La visita del día siguiente merece ser contada aparte y no por lo extensa, si al explicar la poca consideración que se tiene a los turistas en este bello país, donde los fenicios serian suplantados, hoy en día, por bandoleros de Sierra Morena.
A LA MAÑANA SIGUIENTE O UN INCIERTO VIAJE HACIA DAMASCO
En el programa rezaba: salida de Palmira, recorrido por carretera del desierto, Saidanaya: Monasterio, paseo por el pueblo, excursión a Wadi Barada, Ain el Finge y las Tumbas Romanas, apuntándose la posibilidad de parar en el mausoleo de Caín y Abel, eso si, si la seguridad lo permitía, llegada a Damasco y alojamiento en el hotel.
Llegó la mañana y como nos anunció él hasta ahora guardián y administrador de nuestro pecunio, versus guía, su presencia fue sustituida por otra que, comparada con él, era al menos inquietante, al encarnar una mezcla de Mercader de Venecia, con rasgos ratóniles, adornado con sonrisa y mirada de Hiena del Camerún, os preguntareis que como se yo como son las hienas del Camerún, ¡coño porque soy el único que ve los reportajes de la 2!
Todo en él era inquietante, pero no adelantemos acontecimientos. Huérfanos de nuestro lado catalán, nos recibió un bus pequeño, en el que perfectamente y en virtud de los viajeros, se podía haber colocado el pendón de castilla, aquel pendón realizado por unos comerciantes que buscaban más el monopolio de su negocio, que reivindicaciones independentistas, y es que ya se sabe la economía siempre dirige la política y como podéis comprobar, también los viajes organizados.
El conductor era de esos que le ponen a J.Bond en los viajes al tercer mundo, tan atildado como él, de maneras exquisitas, alérgico a las maletas y si hubiera bebido alcohol, algo que solo debía hacer en la intimidad, momento que otros ocupan en hablar lenguas muertas, hubiera pedido un Martini mezclado, no agitado.
Puestos en ruta, la carretera del desierto fue sustituida, posterior y rápidamente, por una autovía a la manera Siria, que es una carretera comarcal con dos carriles en cada dirección y nos dirigimos a la primera parada del recorrido; hay que apuntar que aun a pocos kilómetros de Palmira, nos paro en un chiringuito de carretera, Bagdad Café rezaba, película de gratos recuerdos y que recomiendo a quien no la haya visto acuda a hacerse con una copia, no se arrepentirá; donde frente a unos tés, lipton “of course”, nos integramos un poco más con las hasta ahora esquivas compañeras de autonomía.
Triste es decirlo, pero éstas, al sentir extirpadas a las catalanas del grupo, se mostraron mucho más amables y locuaces, con lo que el ambiente era bastante grato, mientras sorbía té y recordaba los pasajes de la película, cuya historia se desarrolla en un paraje similar, chiringuito gasolinera con bar, cielo, desierto y escueta carretera, solo que aquí estábamos en Siria y la película se desarrolla en Arizona, me volvió a inundar esa paz tan cara a seres de nuestra genética y envoltura.
Vuelta al carro y sueño profundo, que aunque Saladino se retira con sus huestes, algún flanco rezagado hace lo propio en los míos. Destino a Saidanaya. Despierto con el sonido de los frenos del diminuto ómnibus y entre sueños, todavía, observo como el Driver, autista, conductor, realiza una llamada con su móvil, acierto a comprender que habla con él que será nuestro futuro guía. En el margen de la carretera, donde estamos detenidos, surge un letrero que indica Saidanaya 5 km, pero inexplicablemente, después de la conversación telefónica, nuestro hombre endereza el vehículo y dejando de lado la señal se reincorpora a la autovía. El cerebro instrumento acostumbrado a procesar datos, no encuentra sentido a la maniobra, derivado de lo cual, se despeja del sueño que lo invade y ávido busca conclusiones. Así unos 15 km después, observa como nos salimos de la autovía y encaramos una desviación que reza de nuevo Saidanaya, pero ahora a 20 km. Siempre me impresiona mi cerebro, aunque no suelo hacerlo notar en público y en fracciones de quasar llega a la conclusión de actos tan inexplicables: somos un cargamento de perdices y nos están mareando, ¿con que fin? Fácil, con el fin de hacer tiempo para rellenar el día, ¿pero con que querrán rellenar las perdices?
Llegamos después de un rato a la ansiada ciudad, donde tenemos monasterio cristiano ortodoxo, como sino no lo fueran todos los cristianos que lo son, y allí, con la mejor o quizás peor de sus sonrisas, nos espera la hiena del Camerún, de rostro enjuto, pelo ralo y bastante desarreglado, cubre sus ojos con unas gafas modelo “caiga quien caiga”, el timo estaba anunciado solo quedaba servirlo. Después de unas zarandajas en la escalinata del monasterio, donde al parecer cayo una gota de aceite de la ofrenda de un peregrino, se dibuja la imagen de la Virgen, solo me falto colgarme en estilo puenting de la espiga del monasterio, pero allí no aparecía nada más que un manchurron oblongo hecho posiblemente con ácido y que contrastaba con el mármol de la escalinata. Siguiente visita, el interior, donde a trotecillo gorrinero, nos llevo a la iglesia que se encontraba cerrada y después de varias diatribas dirigidas a las monjas que llevan el establecimiento, decidió que nos íbamos, ya que allí no hacíamos nada. Todo hasta que una monja anciana, pero de gran carácter empezó a lanzarle gritos, en árabe claro, que debían venir a decir “no le eches tanta cara, mamón, busca a la hermana portera que ella tiene la llave de la iglesia”, no hizo falta buscarla apareció ella sola, nos abrió la iglesia y contemplamos una bastante hortera iglesia ortodoxa donde el blanco se funde con los azulones, con una pared al fondo, el iconostasis, desde donde el Pope celebra la ceremonia y punto a partir del cual esta vedada su entrada a cualquier mujer (esto lo explico yo, no el guía, que para eso he estudiado arte). A la carrera visitamos un icono que no se podía ver, aunque esta allí guardado ¿escondido?, que al parecer uno de los colegas de Jesús, llámalos evangelistas, regalo a esta iglesia. De ahí al autobús; por lo que se ve el pueblo no tenía nada, así que se obvio el paseo anunciado.
A continuación más kilómetros montaña arriba, recorriendo pueblos que parecían sucursales de una Gaza recién bombardeada, nosotros en el pensamiento de que nos dirigíamos a Wadi Barada, etc., pero no, nos dirigíamos al local de un colega suyo donde comer, dada la hora y donde de nuevo nos volvieron a hacer el clave consiguiente, esta vez con regalo de pastelitos de nata, como cortesía de la casa y que nos sirvieron para hacer ejercicio, ya que practicamos “el tiro de pastelitos al abismo” que se abría ante nosotros, desde la ventana del restaurante. No era caso que vía nata, Saladino volviera para reconquistar nuestros territorios, donde todavía descansaban los cadáveres de nuestros defensores. Con la moral que da saberse campeón de tiro de pastelito de nata al abismo, volvimos al autobús y perplejos asistimos a como el conductor desandaba el camino andado para la recolecta gastronómica, que no comida. Todo hasta un cruce, en el que de forma clara y evidente, nos percatamos que había terminado la visita del día, ya que nos dirigíamos a Damasco directamente.
Preguntamos a la hiena del Camerún, que era lo que estaba pasando y únicamente nos dijo que ese era el trabajo que le habían encomendado en la agencia y que no sabía nada del resto del viaje. He de reconocer que la indignación que se cruzó entre los ojos de Joaquín y los míos, se torno en mirada de sonrisa inteligente, gracias a este “buen servicio”, íbamos a conocer las Ciudades Muertas, que serán otro capítulo de este periplo y que en principio no iban incluidas en el viaje. Un proverbio árabe dice, siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo.
Llegamos a Damasco, sin más contratiempos, salvo el empeño del guía por cobrar los servicios del día, lo único que recibió fue una cascada de carcajadas y le encomendados al maestro armero.
DAMASCO
Es la mirada de una mujer a través de un velo, observándote con descaro, al sentirse protegida por su gasa negra. Una mirada con una carga de erotismo, solo pareja a su curiosidad. Si me dieran la oportunidad de pasear por una calle, donde todas las mujeres fueran completamente desnudas, o por otra donde todas ellas fueran cubiertas completamente, con la salvedad de sus ojos, no lo dudaría me inclinaría por la segunda. Jamás en ninguna ciudad del mundo he visto unos ojos tan expresivos, tan decorados, de cejas borradas y en su lugar dibujadas, ávidos, limpios, bellos. Y no es retórica, baste pasearse por sus calles para observar a las, jóvenes y no tan jóvenes, musulmanas chiíes, en muchos de los casos con su chador ceñido al cuerpo, pero sin mostrar un centímetro de su piel, salvo el entorno de sus ojos y el inicio del caballete de la nariz, mirando con descaro todo lo que les rodea. Son miradas sugerentes, que hablan, que prometen, y que afortunadamente solo son comprensibles para quienes observan con detenimiento, con ansia de penetrar en su interior.
Algunos, por no decir todos, los que leáis estas líneas pensareis que todavía sigo bajo los efectos devastadadores de la maldición de Saladino, pero no, solo utilizo las herramientas que mejor manejo, la observación y la mirada, que casi nunca me engaña. Me basta con mirar los ojos de un hombre para saber que intenciones alberga, y solo con sostener o buscar la mirada de una mujer y en el combate cruzar nuestras pupilas, puedo saber que busca, o no, en mí interior.
Unos son más listos, otros más guapos, otros tienen más dinero, otros más éxito con las mujeres, otros son más divertidos. Yo administro mis miradas y en la observación encuentro, en ocasiones, lo que busco: el conocimiento del otro y que le motiva para seguir adelante, y lo que es más importante y en ocasiones doloroso, que siente en su interior, unos lo llaman empatía, yo lo llamo supervivencia.
Pero Damasco también son las miradas masculinas, más entretenidas en las turistas, que en sus paisanas. Turistas que a diferencia de las anteriores, enseñan, para ellos, casi todo, son la muerte del misterio. Que sin rebajar el atractivo, al presentarlo sin velar, nos hurta las ansias de desvelar.
No obstante unos y otros son tremendamente respetuosos, no hay malas formas, ni siquiera discusiones. Algo que sería de esperar en una ciudad enorme, de tráfico, absolutamente, caótico, donde los semáforos se sustituyen por las bocinas, que anuncian las proximidades de manera intimidante.
Damasco es gentío, es un gran bazar, que sobrepasa al que recibe el mismo nombre, es un movimiento continuo de gentes y mercancías impensables, que transitan de un lado a otro y que se nos hacen difícil comprender quien querría adquirir, objetos y utensilios a los que, nosotros, no sabríamos dar utilidad, seguramente ellos tampoco. Llaman sobre manera la atención tiendas de lencería sonrojante, que deben adornar los cuerpos debajo de las gabardinas y chadores, lo que imprime, si cabe, más excitación a lo antes descrito. Si, tiendas de gabardinas con un calor de casi cuarenta grados, gabardinas de colores sórdidos y sin definir, que visten muchas mujeres, quizás menos tradicionales, estas no cubren su cara solo su cabello, quizás sunnies y por tanto con otros preceptos religiosos. Gabardinas que llegan hasta el suelo y que Bogart hubiera adquirido sin dudar.
Damasco también es destino de peregrinos, en este caso y según parece provenientes de Irán y de confesión Chiíta, todas cubiertas de negro de cabeza a los pies y que junto a sus maridos, en la zona cercana a la estación, se arremolinan en espera de que los autobuses los recojan de su peregrinación. Siendo sustituidos por nuevas remesas que emprenden el camino, ya por ellos desandado hacia la mezquita Chiíta, donde reposan los restos de la hija del primo de Mahoma, Ali. Templo edificado al mal gusto, con verdes, dorados y plateados chillones, donde las normas de comportamiento y separación entre hombres y mujeres son de las más conservadoras. Y donde, no obstante, apoyadas en su entrada, podemos encontrar jóvenes de cara velada, que elevan este ligeramente para que un cigarrillo, seguramente americano, se pose en sus labios y aspirar un poco de vida occidental, todo sin recriminaciones y sin atisbos de desaprobación de los presentes.
También llegan saudíes, impolutos de blanco marfil, seguidos por una recua de niños y de esposas, también absolutamente veladas en negro, que siguen sus pasos, esta vez dirigidos a la mezquita Omeya. Auténtica maravilla de la arquitectura y que ha sido perfectamente restaurada.
En mi primera estancia en Damasco, acordaros diez años más de pelo y diez años menos de cintura, estaba bastante arrasada, hoy en día está absolutamente bella e inmaculada. Su patio solo echa en falta las hileras de naranjos, que en mi primera visita me transportaron a la Córdoba califal, al fin o al cabo su antigua capital. En ella te sientes Omeya y te sientes humano, viendo a los niños correr por el patio de suelos de espejo, a los ancianos dormitando en su interior, a familias comiendo en los soportales y en su interior, quizás presidiéndolo todo, la cabeza del Bautista, que si hacemos caso a la historia de nuestra religión, murió por el amor que suscitó en la cruel y bella Salomé. A esa cabeza oran todos ellos con gran veneración, tanto al acercarse como al alejarse, nunca le vuelven la espalda.
Y es que Damasco y toda Siria, es religión. Religión dicen que procede de Religare, es decir unir, y es lo único que da consistencia y existencia a todos ellos. Sin la religión, sin la unión y el pensamiento en algo superior que rige sus vidas, independientemente de corrientes musulmanas, este país iría a la destrucción. Pero esta unión hace que todo funcione, sin normas escritas con excepción de las diferentes interpretaciones que ellos hacen del Corán. En occidente Dios es el dinero y reina con esta forma hasta en el Vaticano. Aquí Dios esta en la vida de todos ellos, inmiscuyéndose hasta en sus sueños y vigilias, como recuerdan cada ciertas horas los muecines, que con sus cantos interrumpen su descanso o animan su duermevela.
La religión es su pegamento y explica toda su estructura social, aún en un país, como este, de carácter oficialmente laico y en los papeles acofensional.
Si hay una ciudad que recorrimos fue esta, Joaquín en una anterior vida, fue natural de Damasco y así nos lo demostró, recorrimos innumerables veces su zoco techado en bóveda de chapa, bordada de orificios de bala, recuerdo de sus años de liberación. Orificios que a determinada hora del día dejan pasar los rayos del sol, convirtiendo en un alfiletero de luz todo su interior. Recorrimos los barrios al pie de la colina, sus mezquitas, sus mercados, sus madrasas, sus Karavanserais: pensiones de la antigüedad, que atestiguan el punto central que Damasco ha ocupado y ocupa en el mundo musulmán.
Damasco es una ciudad soñada y recorriéndola te hace soñar. Damasco es un libro escrito en árabe, y que por tanto se comienza a leer de manera inversa a la occidental.
COMIENZO, HACIA, EN Y DESDE LAS CIUDADES MUERTAS (Primera parte)
Hasta ahora poner título a todas y cada una de las singladuras del recorrido, repito que no viaje, (ya sabéis que viajar es otra cosa que solo conoce quien alguna vez en su vida lo ha llevado a cabo), ha sido sencillo, estabas, te dirigías o partías, pero el objetivo de esta “ultima etapa” NO ENTRABA en los planes, ni formaba parte de algo pensado, aunque si deseado.
Todo se comenzó a cocinar como resultado del nefasto día, ¿recordáis?, donde se incumplió toda la ruta que comprendía el programa, cuando salíamos de la soñada, aunque extinta, Palmira y nos dirigíamos a Damasco. Y por la que presentamos la correspondiente queja. La queja es lo único que le queda al triste humano cuando los designios, vaya usted a saber de quien o de que, contradicen lo esperado. Así, después de varias conversaciones telefónicas, malos modos e insinuaciones sin fundamento, pactamos con los organizadores del periplo y como resarcimiento del fiasco antes mencionado, la visita hacia, en y desde las Ciudades Muertas, título que más tarde se entenderá sin tener que volverlo a mencionar.
Como unos expedicionarios nos preparamos para lo que iba a ser un viaje incierto y en el que esperábamos, yo al menos, alguna venganza soterrada, por parte de la organización. Nos enfrentábamos a más de 600 Km., entre ida y vuelta, que luego se convertirían en 800, no fruto de venganza, no seáis mal pensados.
Como un clavo, el conductor, se presentó con la furgoneta en la puerta del hotel a la hora pactada y comenzamos el viaje, que nos llevaría a recorrer caminos ya, en parte, trillados pero que nos deparaban grandes sorpresas. Como me temía y con el fin de que se nos hiciera más penoso el desplazamiento, tengo prácticamente la certeza, el conductor no pasaba de los 90 quilómetros por hora, con lo que nuestra furgoneta turbo intercoler, de última generación era como una barquita de remos, sobrepasada hasta por barcas de pedales. Decidí, por tanto, después de quejarme al respecto, (solo nos queda la queja), y ser recriminado, inexplicablemente por Loreto, de machacón, sin tener en cuenta que si hacíamos este viaje era por las buenas ideas de Joaquín, su consorte, y la machaconería de su amigo que soy yo. Visto lo cual y como decía, decidí dormirme arrullado por el suave mecer de las olas, que azotaban nuestra embarcación.
No desperté hasta llegar a la altura de Ma´Arat An-Un´Aman, donde paramos, en dirección a Hama, la primera vez que transitamos esta carretera y degustamos unos deliciosos pasteles rellenos de nuez, a precio de pastelería de lujo, pero claro había que incluir la correspondiente comisión para “el comisario económico”. Y donde dos mandriles enjaulados, llenos de suciedad, sin comida, ni agua, nos observaban desde una celda triangular, donde difícilmente podían moverse.
Nos miraban sin comprender, con ausencia de esa luz en la mirada que caracteriza a estos hermanos menores, que por azar evolutivo, han quedado un pequeño escalón más abajo del nuestro. Sus lomos despeluchados, sus ojos vacuos, sus hocicos secos y su oscilar continuo de unas ramas postizas y resquebrajadas, a otras, solo aportaban desasosiego y dolor.
Seguramente, parejo al dolor sentido por los pobladores de la zona, cuando llegaron los primeros Cruzados, quienes masacraron a sus habitantes, no dejando ni un solo superviviente; quienes, a su vez y a modo de venganza, antes de morir arrasaron con todas las provisiones, lo que llevo a los Cruzados a comerse los cadáveres de sus enemigos.
Los mandriles me miraban, mientras Joaquín me refería la historia y como si la oyeran pusieron cara de no comprender, no comprender como unos seres más “civilizados” que ellos, habían cometido tal atrocidad, a cambio de fama, dinero, posición social, que los Cruzados no creían en ningún dios, ya que ningún dios puede ordenar tan mañas herejías.
Me miraban y me preguntaban ¿que hago yo aquí?, ¿que hacemos aquí dos mandriles africanos al borde de la carretera?, donde bufan los camiones a su paso, donde no hay árboles a los que subir, donde no hay frutas que comer, donde ni siquiera podemos degustar los cadáveres de nuestros enemigos. Cruzados, mandriles, ¿Cuál es la diferencia?, turistas, mandriles, ¿Cuál es la diferencia?: El tamaño de sus, de nuestras, jaulas.
Dados estos pensamientos, incompatibles con el idalprem, decidí dormirme de nuevo y no despertar hasta llegar a nuestro destino. Destino que el conductor-guía, siguiendo a sus 90 quilómetros/hora, al parecer desconocía, ya que paraba y paraba para preguntar y después meterse por donde no debía. No obstante el tipo era simpático y se le perdonaba todo. Así de vericueto en vericueto, por la carretera que conecta Hama con Alepo, conseguimos hilvanar el desvío que nos llevo a la primera de las ciudades extinguidas, por no decir muertas todo el relato.
Se trataba de JERADA, por la que deambulamos, por espacio de más de media hora, sin cortapisas de ningún tipo y jugando a los exploradores-arqueólogos, mientras rivalizamos en descubrimientos. Joaquín por un lado, Loreto por otro y yo, a mi bola, igualmente. Dando gritos, como niños emocionados, cuando encontrábamos un sarcófago, una iglesia, o un mausoleo, haciendo así al resto del grupo correr de un lugar a otro en dirección a nuestros gritos. Ni que decir tiene que todo estaba total y absolutamente saqueado, como casi todo en Siria, ya que lo allí encontrado podía llenar varios museos, entre ajuar domestico, ajuar funerario, útiles de trabajo, etc. No obstante disfrutamos como mandriles, que, inesperadamente, pasaran de una jaula a un árbol repleto de frutas en la guinea más oriental, lo más lejos de occidente, claro.
De ahí volvimos a embarcarnos, en la chalupa turbocoler inyection, ahora más chalupa que nunca, en virtud de la mala carretera. Atravesamos la ciudad, también muerta, de RUWEIHA, esta sin detenernos al ser más pequeña que la anterior y no poder recorrer todas; hay más de seiscientos asentamientos en las mismas condiciones. Nuestro destino era la joya de la corona, SERJILLA.
Serjilla es una princesa muerta o quizás dormida, en un sueño de piedras y arbustos, enterrada por metros de arcilla roja, como la sangre que hubieron de dejar sus pobladores para levantarla y transparente como las lágrimas que vertieron al abandonarla. Sobre un páramo ondulado, permítaseme la contradicción para describir un paisaje suavemente lomeado, pero con una estructura de planicie que permite divisar el horizonte en la distancia en todas las direcciones.
Desgraciadamente ha sido expoliada, como todas, a lo que se une el proceso de “reconstrucción” que se esta llevando a cabo, “dantesco”.
Pero vamos a hablar primero de estas ciudades en conjunto y de donde viene su nombre. Se trata de un conjunto de núcleos urbanos, separados pocos quilómetros, unos de otros, pero que al ser bastantes, ocupan un amplio territorio. Su construcción se data en el periodo bizantino. Aunque quizás los asentamientos primitivos pueden hablarnos de grupos indígenas, que ya se establecieron en la zona desde tiempos remotos, claramente desde un bronce final. Y atendiendo a la calidad de la tierra, pedregosa, pero mantillo arcilloso de gran calidad, buena zona de cultivos, donde no solo germinaría una ciudad, igualmente cualquier semilla que se deje caer sobre ella. Todo ello atestiguado por los restos de una almazara, que nos hablaría de un cultivo extensivo del olivo y de la vid.
Sus construcciones tienen carácter ciclópeo, esto es, grandes bloques de piedra, hechos a medida, colocados unos sobre otros sin ninguna argamasa de unión. Lo que nos indica una construcción avanzada y una economía saneada. Construcción que en muchos casos continúa en pie, al día de la fecha, prácticamente como se edificó, con la salvedad de sus partes en madera u otros materiales más perecederos.
Misteriosamente, sin ninguna explicación, estas ciudades son abandonadas en masa en las postrimerías del Siglo V d.c., no encontrándose en la bibliografía al uso, ninguna causa para ello. Hablándose de invasiones, agotamiento de tierras, pérdida de centralidad en las rutas comerciales de la época, etc. Ninguna de ellas concluyente inclinándome más, personalmente y dada la coincidencia de hechos, en hacerlo contemporáneo a la caída del Imperio Romano de Occidente, que en su debacle, hizo sucumbir al de Oriente, quien, aún continuando de manera nominal por un tiempo, perdió la hegemonía de antaño. Sucedería así, como sucedió con Italia, invadida por los pueblos que protegían el Limes, limite, del imperio. Tribus bárbaras que, a cambio de una soldada, fueron sustituyendo, poco a poco, a las guarniciones de ciudadanía y origen romano, como contención de otras tribus a ellas hermanas.
Tribus como los Ostrogodos, que en Italia conquistaron la misma Roma, o los Visigodos que hicieron lo propio con nuestra península ibérica. Tantos unos como otros, ramas de las tribus Godas que vinieron del norte de Europa. Esto quedaría atestiguado someramente en Sergila, al observar los capiteles de las columnas, sobre las que todavía se levantan los baños de la ciudad, capiteles que recuerdan la burda manera de hacer de los mencionados Godos. Ya que todos estos pueblos, guerreros de profesión, eran bastante burdos en sus construcciones, basadas en las de los pueblos conquistados, pero infantilmente trasladadas, al no contar con tradición, ni artesanos. En suma eran unos pueblos que vivían más de la destrucción que de la construcción, hasta que por fin se asientan.
Por todo ello yo me inclinaría a pensar, que tribus del norte invadieron estas tierras, lo que hizo huir a sus pobladores con lo puesto, conservándose así las construcciones prácticamente intactas. En un primer momento, no creo que quedaran muertas, ya que algunos elementos, como los capiteles antes mencionados, seguramente son más bien fruto de la sustitución por deterioro, o su reconstrucción, por parte de los grupos que se asentaron en la zona y que vivieron seguramente en las casas de los huidos. Estos pueblos, atendiendo a los ejemplos de la península itálica e ibérica, se asentaban y adoptaban los dioses, usos y costumbres de sus antiguos pobladores; algunos llegaron a ser emperadores del nuevo imperio romano. Aunque guerreros querían lo que todos, un pedazo de tierra y un lugar fijo donde enterrar sus huesos, Roma a parte de otros errores no lo entendió y así le lució el pelo.
Así me inclino, por una superposición de poblaciones, que en la segunda ocupación no estarían mucho tiempo establecidos en la zona, quizá en su búsqueda de mejores zonas o el control del imperio, lo que no se contradice con lo anterior y explicaría encontrar elementos, constructivos y decorativos no propios de influencias bizantinas, así como su buena conservación en el tiempo. Ya que incluso en la actualidad en algunas de ellas aún habita población, atraída seguramente por contar con recias construcciones y zonas de cultivo.
En la actualidad, Sergila, se dibuja como una ciudad enorme, perfectamente planificada, canalizaciones de agua, calles, termas, almazara, iglesia, cementerio y que en buena parte aun se encuentra en pie; es el caso de las termas, excavadas y que han sacado a la luz más de 3 metros de edificio enterrado, lo que le otorga una visión imponente en el centro del conjunto.
Una ciudad muerta donde pasear sin turistas, solo algún niño, ávido de propina, molesta con pesadez propia de pequeño jornalero de ruinas.
Y en medio, dando si cabe más misterio al conjunto, surgió “Ella”, como una visión del siglo XIX, una mujer, cabalgando sobre la cincuentena, pero de cutis curtido con cremas de gran calidad, que la hacen conservar parte del resplandor de una belleza juvenil pérdida.
Traje de chaqueta ceñido, en tono crudo, con falda a juego, por encima de la rodilla, sombrero en la mano, zapatos deportivos de piel y un pañuelo azul al cuello que hondea según se desliza, no anda, entre las ruinas. Un sueño que nos encontramos en cada edificio, en cada descanso, que mira como sin ver, ya que parece estar más para ser vista, que para disfrutar del conjunto. Me cruzo a escasos centímetros de ella y existe un momento en que casi nos dirigimos la palabra, pero ¿Qué puedo contar a un fantasma del siglo XIX por muy bello y atrayente que sea, acaso me ve?
Todos los astros, aquel día, estaban confabulados para que el paisaje se aliara con las construcciones, estas con los personajes, que de ellas surgían y nosotros con el conjunto.
Podrías estar una vida entera recorriendo esta ciudad, pensé, entrando en sus edificios, sentándome en una piedra y pensando, en quien se sentó antes en ella, quien disfrutó de los baños o se arrodilló ante el altar de la iglesia. Gente como nosotros, ante la que se abría un paisaje grandioso y a quienes los avatares de la historia, llevó al abandono de su vida y sus muertos. Se conservan los sarcófagos, trabajados con grabados, aún hoy algunos de inexplicable significado, hechos de una sola pieza, con sus tapas volcadas, seguramente por palancas actuales, en busca de tesorillos que pasar al mercado negro.
Todo esto pensaba apoyando mis codos en el alfeizar de la ventana, desde el interior de una casa. Sintiendo como mis codos se acomodaban a los hoyos de la piedra que, seguramente, habrían dejado muchos otros codos observando el mismo paisaje.
Mientras el aire y el sol actuaban como maestros de ceremonia, moviendo arbustos y cambiando la luz de las ruinas, pareciendo que a cada momento surgía una Sergila nueva, que, desgraciadamente, nada tendrá que ver con la proyectada, ya que en virtud de no se que planes, apunta a revestir edificios con planchas de mármol blanco y ubicar un hotel en las proximidades. Así que, si alguien piensa visitarla, que lo haga ahora o renuncie a ello para siempre.
COMIENZO, HACIA, EN Y DESDE LAS CIUDADES MUERTAS (Segunda y última parte)
Todo en la vida tiene un principio y un fin, todo en la vida se extingue, hasta ella misma, admitámoslo y lo que nos quede de vida, al menos, la viviremos con más intensidad. Todo tiene un comienzo, un recorrido y un retorno, de ahí la descripción del capítulo.
Dejamos Sergila con el espíritu sumido en la paz, que es el sosiego de la mente, misticismos los justos. Nos dirigíamos hacia Damasco y tan relajados íbamos que volvimos a cometer la misma simpleza de siempre; el humano siempre tropieza en la misma piedra, innumerables veces, por innumerables motivos, quizás está inscrito en nuestros genes, que lo nuestro no es aprender; lo nuestro es tropezar y tropezar, ya que nuestra única misión, impuesta por ellos, es clara, ser muchos más.
Dado que eran cerca de las tres y media de la tarde, habíamos pasado en Sergila más de 3 horas y parecían minutos. Era la magia del tiempo que solo sucede en los países orientales, donde parece que los minuteros se detienen, los sentidos dan las horas y nuestros corazones laten alternando ligeras palpitaciones, con trotes imparables, en virtud de lo que nuestros sentidos marcan. En Occidente lo llaman taquicardia, ¡que sabrán ellos!, Stendhal me entendería.
Habían pasado más de tres horas en nuestras muñecas, minutos en nuestros sentidos. Y no habíamos sentido hambre, ni sed, ni siquiera ganas de mear, todas las funciones vitales habían sido anuladas por nuestro cerebro, ocupado en sentir, en disfrutar. Derrochando serotoninas con la misma fluidez que el discurrir de un Eúfrates por nuestras venas. Así guiados por las serotoninas, dopaminas y demás “……minas”, nos apiadamos del sufrido conductor, craso error, y en un árabe de página de información al turista, le preguntamos si tenia hambre, nos devolvió una sonrisa que casi le raja la comisura de los labios y dio gracias a Ala, porque era justo, porque era bueno, porque le quería y le iba a dar su recompensa, en realidad nosotros éramos la recompensa. Pero Ala no mira credos y seguramente, en su infinita sabiduría, pensó que era justo que nosotros tuviéramos también la nuestra.
Sangrando aún por la comisura de los labios, recuérdese la amplitud de la sonrisa del driver, autista o conductor, nos comunicó, por señas, que conocía el sitio ideal para comer y descansar, lo que se le olvido decirnos es que entre ida y vuelta, al mencionado remanso de paz y comida, había más de 300 quilómetros y ¡fuera de ruta! Y allí nos encaminó en aras de nuestro desconocimiento. Pero como apunté Ala es bueno, es justo y nos recompensó, así, aunque al llegar a Hama observamos que no tomaba la carretera con dirección a Damasco, sino la trasversal con dirección a Apamea, con el estupor consiguiente. El tantas veces mencionado Joaquín, a quien he de decirlo y que mejor que en público, que los sentimientos hay que mostrarlos y demostrarlos, he cogido un cariño tal, que considero como un hermano pequeño, (ya tengo tres y eso que soy hijo único), y este me saca 20 centímetros en todas las direcciones (físicas e intelectuales) Pues bien, Joaquín, nos puso al corriente de la historia de la zona, nos contó que la carretera que recorríamos era el valle de Al-Ghab, regado por el Orontes, dando lugar a un verde valle repleto de cultivos y en plena cosecha, donde observamos, quizás, a los únicos y auténticos beduinos que nos cruzamos en todo el periplo, con sus tiendas de campaña de color tierra y dimensiones playeras, que cercaban los campos para los que habían sido contratados, con el fin de recoger las innumerables cosechas. Pero lo más impresionante de este valle estaba por llegar: ya que sobre el trotaron caballos y carros egipcios al mando de Tutmosis III, cercando y cazando los elefantes, que entonces habitaban esos territorios, y por si fuera poco, allí mismo, mil años más tarde el mismísimo Aníbal, enseñó a los sirios como valerse de estos animales para la guerra, algo en lo que la historia ha demostrado era un maestro.
Recorríamos así una franja llena de historia, encaminados a un timo, pero el timo más justificado de todo el viaje.
Pero por si fuera poco lo anterior, no lejos de allí, a menos de 60 kilómetros, se encontraba el castillo de Musyaf, el que, entre muchos dueños, estuvo habitado por los Ismailíes, secta musulmana de cariz místico, perseguida por otras ramas, casi todas, del islamismo, ya que se dedicaban, como mandato de su doctrina, al asesinato para propagar su fe. Al frente de ellos Sinan, conocido como “El viejo de la montaña”, quien metió el miedo en el cuerpo tanto a Cruzados como a musulmanes. El mismísimo Saladino, que tantas bajas había causado en nuestro organismo, llegó a cercarlos en Musyaf, pero una noche al despertar, sobresaltado, encontró una nota en su cama en la que le anunciaban que o se piraba o no lo contaba. Saladino no lo dudo, recogió sus huestes y no volvió a molestarlos.
Este grupo era conocido como los Asesinos, ya que al parecer antes de cometer sus asesinatos selectivos, (elegían bien donde hacían daño), le daban al hachis, que en árabe deriva en el término asesino.
Estábamos, así, en la cuna de los primeros yihaidistas de la historia, quienes no temían dar su vida por conseguir objetivos de mayor trascendencia que su existencia terrena, hoy serian terroristas.
Embargado por tantos conocimientos y por recorrer tierras tan llenas de historia y fundamento y después de 150 kilómetros, llegamos a un restaurante coronado por una torre Eiffel en miniatura, donde, un parlanchín dueño, en un perfecto francés, nos ofreció, quizás, una de las mejores comidas que pudimos digerir en Siria. Simplemente pollo asado, sin nada y tostadito, como me gusta. Regado por cerveza y amenizado con la tortura de un rasgueo de bandurria a cargo del polifacético dueño, quien en virtud de su correcto francés, me brindó la oportunidad de cruzar, por primera y última vez, la palabra con un autóctono.
Ni que decir que el clave que nos dio fue parejo a otros ya recibidos, pero este fue pagado con gusto. Con el gusto de correr, a lomos de nuestra intercooler turbo, paralelos al viejo Tutmosis, con sus flechas y lanzas, y al lado de elefantes indómitos, que solo obedecían órdenes de Aníbal, el gran general. Teniéndonos que esconder, de vez en cuando, de la secta de los asesinos, por si percibían nuestra pagana presencia.
El día no podía haber sido mejor y para colmo el, más que satisfecho, conductor, ya sin sangre en la comisura de sus labios, cicatrizados quizás por la satisfacción de la cantidad de lirias sirias que dormían en su bolsillo, saco el pie del acelerador por debajo de la carrocería, mostrándonos las maravillas técnicas de un intercooler turbo, capaz de conseguir en tramos, más allá de los 160 quilómetros por hora.
Todo discurría, todo era maravilloso, si se hubiera estrellado allí, me hubiera parecido justo y eso si que hubiera sido un final épico, a las orillas del Orontes y con Apamea a nuestros pies. Pero Ala es justo y sabio y nuestro final solo él lo conoce.
Aún hubo recaudación entre los viajeros, para darle una pequeña propina al conductor-guía, que probablemente y por más de 800 kilómetros, nos había proporcionado el mejor día de nuestra estancia en Siria, al menos para mí.
La vida es un viaje y no abundan las etapas buenas, si llegan hay que saborearlas, la vida es un viaje en el que conocemos gentes, compartimos mesa, cama y comida, pero como decía el poeta lo nuestro es andar hasta llegar a la meta, hasta que llegue el final.
Espero, que Ala nos una de nuevo en situaciones soñadas o simplemente cotidianas, aunque eso no depende de nosotros y creo que ni tan siquiera de Ala, solo de la fortuna, llámalo suerte o quizás casualidad.
Mientras, sobre todo, intentad encontrar el mayor número de momentos de sosiego, que es lo más parecido a la felicidad.
Siria, octubre de 2008