Está claro el Sawarma estaba maldito!, y Saladino sabiendo de nuestra condición de cristianos, aunque sin tener en cuenta que no practicantes, se vengó. La noche fue una procesión, pagana, al cuarto de baño. Yo más curtido en estos viajes parece que lo llevaba mejor, pero mi Olgüi estaba varada, en el WC y con unos dolores de estómago considerables. Con todo y con eso abandonamos Alepo, con la misma sensación de hace diez años, ¡que te den Alepo!
Aún los ojos pegados por el sueño de la noche de peregrinación al Sr. Alep, versus Sr. Roca en su versión árabe, escuchamos por la megafonía del autobús la primera gilipoyez de la mañana. Nuestro ínclito guía nos insta a la compra de una remesa de bolígrafos, en la entrada de un supuesto poblado Beduino, para los niños del asentamiento, con el fin de que los papas vean con buenos ojos nuestra entrada en su vida privada. Me parece tan estupido el asunto que pienso en no bajar del autobús, aunque luego, como siempre, me come la
curiosidad por ver el bazar del supuesto beduino, que parece un señor de Alcorcón, versus Terrassa, ataviado con turbante, al mando de una tienda de chinos en medio del puto desierto. Observó la transacción y como ni siquiera se eligen los bolis más pintones para hacer las delicias de los infantes obsequiados. En mi fuero interno veo al padre de cada uno de ello requisándoselos, después de nuestra partida, para volver a la tienda y revendérselos al beduino-tendero.
Terminada la ceremonia nos inmiscuimos en el asentamiento, picándome de nuevo la curiosidad de hasta donde pueden llegar guía y supuestos beduinos para tomarnos el pelo. Recorro sus calles mientras mujeres a las puertas de sus casas y con el preceptivo traje regional, me anuncian que la visita era más que esperada, ya que mientras restriegan algo en una palangana, en el interior de la choza de enfrente, perfectamente fabricada y blaqueada, sobre la que reina una enorme parabólica, se aloja una flamante lavadora automática. Lo que me lleva a preguntar al ínclito guía: ¿Cuándo termine la visita viene un autobús y los deja en Alepo? El guía me asegura que no, que viven allí, como lo demuestran las cabras y las gallinas que corretean alegres a nuestro alrededor, como actores de reparto en una película de “Cecil B. de Mille”
Cuando ya no esperaba más sorpresas surgen niños a tropel, con un maquillaje color mugre que ya hubieran querido para la noche de los muertos vivientes; pero los adultos, que somos como somos, no paran de sacarles fotos y enseñárselas, que luego hay que contar que hemos visitado un poblado beduino. Yo solo acierto a preguntar, de nuevo, que si es día lectivo, ayer fue fiesta, que coño hacen allí, el guía otra vez muy serio me dice que hoy no tienen colegio, que también es fiesta (¿será San Boli?) y a la pregunta de donde está el colegio, me indica hacia un lugar indeterminado en el horizonte, diciéndome que yendo por allí……………. Y yo me pregunto: ¿para qué coño quieren los bolígrafos si estos niños ni han pisado, ni pisaran un colegio en toda su vida? Me recojo en el autobús, mientras les reparten en rigurosa fila los bolis adquiridos previamente y vuelvo a cerrar los ojos imaginando que todo es fruto de las pesadillas inherentes a una noche intempestiva. Pero me despierta la algarabía que se produce cuando los niños, nada más recibir los bolis, echan a correr tras un nuevo autobús de tarados, adivinen: repleto de bolígrafos pegados a turistas.
Una aclaración, los Beduinos no existen prácticamente en Siria, no así en Jordania donde como auténticos empresarios y al tener al rey Hachemita cogido por los cojones de sus derechos territoriales, explotan Petra hasta un punto que un día va a explotar de verdad, en un rebelión de turistas, que les echen a palos de las Haimas, repartiendose las cervezas y bagatelas que venden a precio de oro.
Otra vez en marcha y azuzado por la emoción del Eúfrates, caigo en un ligero sueño hasta el anuncio del esperado avistamiento. En mi desconocimiento, mea culpa, imaginaba el Eúfrates como un inmenso río atravesado por lenguas de tierra, inundando con su caudal, inacabable e incansable, las tierras que habíamos de atravesar. Pero el progreso es el progreso, y el papi del Presi actual, pacto con los Soviéticos la construcción de una gran presa, más de 5 kilómetros, que sujeta el río y forma el lago Assad, el apellido de la familia, parando así el ímpetu del gran río.
En principio la cosa les fue bien, ya que el salto de agua abastecía a toda Siria de electricidad, pero llegaron los Turcos y lo jodieron con otra presa aguas arriba, origen de conflictos y del menor caudal del pobre río. Hoy aún anuncian construir otra más, con lo cual lo mismo el manzanares consigue suplantarle.
El paisaje a la contra es lunar, abriéndose un gran cráter de agua, que como el Nasser en Egipto y hecho con el mismo fin, parece no acabar nunca, con unos colores azules, esmeraldas, y negros que invitan al baño, sino fuera por la tormenta estomacal e intestinal que nos aqueja. Los no tocados por Saladino y como era de suponer catalanas, siempre un paso por delante, se sumergen en sus aguas disfrutando del instante. Al fondo el llamado Castillo Jaaber, con una datación de 10 minutos antes de nuestra llegada, ya que ha sido reconstruido absolutamente, guardando únicamente original el emplazamiento, un lugar maravilloso que domina una buena parte del lago. Lago este que, afortunadamente y artificialmente, cubre los restos arqueológicos más importantes de la zona, ya que aunque una misión internacional intento hacer lo mismo que en Asuan en Egipto, no se recupero prácticamente nada. Algún día podrán ser excavados por una civilización superior a la nuestra, lo que no es difícil.
Damos una vuelta alrededor del castillo y nos vamos al chiringuito de turno, único lugar en la zona con sombra, para picar algo. Y donde nos dan el clave de rigor para solaz de guía y conductor en virtud de su comisión consiguiente y el engrosamiento consiguiente de sus cuentas de ahorro. Visitó 3 veces el baño, Olga no puede con su estómago y continuamos viaje, pero para vosotros eso será mañana, tened en cuenta que estamos malitos.
Durante la dolorosa comida, en virtud de Saladino que sigue haciendo de las suyas, me dedico a observar, de soslayo, a mis compañeros de viaje, no todos, las castellanas han huido del grupo, de carácter más recio, no aguantan los robos del guía, luego descubriré que nadie es lo que parece, ya que en la última parte del viaje, abandonados por la escuadra catalana más divertida y bulliciosa, me pude concentrar más en ellas y he de reconocer que han viajado bastante por el mundo, más de lo que yo lo he hecho, lo que no quiere decir que les haya aprovechado tanto como a alguien menos viajado. Pero he de reconocer que han sido igualmente graciosas y encantadoras, dentro del carácter hosco que da la tierra y más determinante en algunas de ellas. Todo el mundo tiene una parte aprovechable y seductora, aprovechemos esa parte que las malas intenciones crecen hasta en el desierto.
Yo como siempre desbarrando y perdiéndome en mis campos semánticos, como en un desierto Sirio. Pues bien me dediqué a observar al Maitrê del chiriguito que, con lápiz fácil, iba tomando nota de las comandas, sin cometer equivocación alguna; hay que reconocer que el menú era pollo o pollo, pero no se confundió y no dejo a nadie sin pollo, al Cesar lo que es del Cesar.
Observé como cada comensal se ufanaba en pringar sus tortas de pan en los entrantes, humus, berenjenas masacradas, salsa roja (como congreso del partido, comunista claro), a la par que succionar cervezas.
Fruto de mi labor, “cotillesca”, quede embelesado en una foto del presidente de Siria, con su serio traje de chaqueta, mostrando una nueva santísima trinidad, a saber: él, la bandera de Siria y el líder de Hezbola, con turbante y cara de bonachón, pero que tiene que tener lo suyo. Es curioso como, vayas a donde vayas, los sirios enarbolan estas fotos en coches, en ventanas, en comercios, en sus puertas, en hoteles, variando la composición de este triunvirato, pagano, en función de sus preferencias, ora la familia Assaz, ora la composición antes descrita, ora una variante nueva, vista solo en Damasco, donde al líder de Hezbola y al presi le acompañan el presidente de Irán Amedyneyab, (no se como se escribe y no pienso consultarlo en Google que se me va la inspiración.).
Vuelvo al estudio de los comensales, cada uno con su vida, con sus inquietudes, con sus miedos, con sus metas, con el decurso paralelo de sus vidas, y a los que seguramente, aunque nunca se sabe, nunca volveré a ver, ¿Qué tenemos en común, tenemos ideas parecidas, por qué se han cruzado nuestras vidas en este instante? Otra vez los fractales, sobre eso ya os hablaré otro día.
Pierdo la concentración, de nuevo, al ver lo mal que Olgüi lo está pasando peleando con Saladino, es pequeña pero fuerte, aunque la batalla es dura. Miro el lago a través de los árboles y me siento bien, me siento cómodo, he creado una burbuja de paz que se va a evaporar en escasos momentos, pero la aprovecho, me regodeo en sus paredes y veo como se resquebraja poco a poco con el olor de café de ciénaga y té importado de Francia. Estos son los mejores momentos de los viajes, cuando sin causa alguna y no en la mejor de las circunstancias, un pensamiento hace que el cerebro racional se imponga al de primate y podemos contemplar con una sonrisa velada, que estas donde quieres estar, con quien quieres estar, y sin que te importe nada más.
Me bajo del nirvana y me subo al autobús, nos quedan aún un buen trecho hasta llegar a DEIR EZ-ZUR, final de nuestra jornada.
Para ello nos encaminamos a RASAFA, versus RUSSAFA en algunas guías. Siempre existe este descontrol de nombres, ya que la grafía árabe no recoge las vocales y estas se colocan por sonido, dando así nombres parecidos aunque no idénticos. Dicho lo cual llegamos a ella. De la que hay poco que contar, al estar prácticamente toda sin excavar, lo que de nuevo me embarga de alegría, sigo pensando que mejor un territorio sin excavar, que mal excavado, como era de esperar: deformación profesional.
Eso si se conservan unas imponentes murallas que nos hablan del gran asentamiento que tuvo que protagonizar, mientras el repetitivo guía, nos vuelve a referir los años, invasiones y dominio de la zona, que ha repetido durante todo el viaje, algo lógico ya que los que llegaban arrasaban, se asentaban y volvían a ser de nuevo arrasados, pasando esto en toda Siria. Datos estos, sin importancia para la imaginación, que vuelve a reconstruir calles, baños, cisternas, casas, mercados, mezquitas, iglesias, armas, amor, miedo y como no años de felicidad y vida, trufados por años de hambre y muerte entre sus pobladores, quienes hoy, seguramente, reposan extramuros de la ciudad. Vidas que como la nuestra, solo vinieron para completar un ciclo, el de unos genes que a fuerza de sobrevivir se van convirtiendo en más listos y de manera subsidiaria dan lugar a civilizaciones e imperios, cuando su única y primigenia misión era solo reproducirse. Bueno me estoy poniendo estupendo y mejor seguir con la visita.
La recorremos al atardecer, claramente la mejor hora para recorrer estos yacimientos, que el sol del desierto no deja distinguir una muralla de un lienzo de casa o del suelo tintado del mismo polvo y color. El sol descubre las formas con su proyección oblicua, levantando murallas y edificios, para dejarlos caer suavemente coincidiendo con su ocaso.
A continuación refrigerios y camino del hotel, para lo cual entramos en una zona, que por petrolífera, por ser frontera con Iraq y por riqueza agrícola, muestra una Siria diferente, con una clase inexistente en casi todas sus regiones y solo vislumbrada en Tartus. Vuelven a hacerse presentes los potentados, refugiados de los países en conflicto vecinos, quienes han hecho el atillo, han cogido sus suculentos botines y se han trasladado a vivir como reyes, en un país que ya no recuerda a los suyos. Así abundan volvos, audis, mercedes, confundidos con las fritangas de pollo y cordero en rollo, racimos de dátiles, tiendas de remedios arcanos y vendedores de nada. A todos ellos se une otro tipo de población, llamémosla cualificada, que trabaja en los pozos petrolíferos y quizás dirige las explotaciones agrícolas, así como en la banca inherente a la nueva clase de ricos exiliados.
Después de alojados decidimos tomar la ciudad, pero como unos querían pasear y cenar por su zoco y otros recorrer el puente que cruza el Eúfrates, optamos, con una ligera desavenencia, por la segunda opción, y como suponía fue un fiasco, andamos más de 2 Km., para tropezar repetidamente sobre un puente a medio construir, y aunque al parecer diseño de Eifell, en actual estado terminal, no por muerto, si por inacabado. Vislumbrando al fondo la masa negra del río, volvemos por nuestros pasos y en un intento de puteo al “Líder expedition”, optamos por ir al Restaurante que nos ha indicado él, pero sin él. Allí encontramos al otro grupo, que sigue nuestros pasos en otro autobús paralelo, pero que en un momento dado optará por Jordania, como algunos de nuestros compañeros. Después de dejar claro al dueño que no somos de ningún grupo, ni pertenecemos a ninguna “secta con líder cobra comisiones”, nos sentamos y porque no decirlo gozamos de una buena cena, esta vez con pizza, que no envidiaría a la italiana y a un precio más que razonable, hay que tener en cuenta que está exento del IBA, a saber “impuesto básicamente pal Aiman”, que así se llamaba nuestro ínclito guía.
Yo por mi parte, me moría de ganas de encontrar al guía para joderle un poquito, comentándole lo bien que habíamos cenado en el restaurante al que quería llevar al grupo y al que nos habíamos negado a ir en principio, todo para ver su cara de perdida de comisión.
Paramos junto al río, antes de atracar en el hotel, y tomamos un café execrable pero en ambiente muy agradable, como yo digo solo gente “de la mata”, que se comporta de manera extremadamente amable con nosotros y que ojo al dato, nos cobra 10 cm., de los suyos por café.
Me voy a la cama con una sensación de rebeldía conseguida, no antes de visitar al Sr. Alep, no por escatológico, sino en virtud del cabrón de Saladino. Buenas noches, un beso.
Empezamos el día como dejamos el anterior, con las tropas cristianas aguantando el envite de las infieles, haciendo Saladino múltiples incursiones dirigidas a nuestro flanco y retaguardia. Pero con un “Santiago y cierra España”, Olgüi y yo enfrentamos el día. Afortunadamente nuestro organismo no aceptaba ningún tipo de alimentos, aunque si los hubiera aceptado le hubiera dado igual, dado el “magnifico” buffet que se nos presentó en el desayuno.
Después vuelta a acarrear maletas hasta la recepción, desde donde un amable señor, decidía cuales coger y cuales obviar en su transporte al autobús, donde eso si, introducía todas en el maletero del mismo, bajo la mirada atenta del conductor, (en italiano autista), algo en lo que era un experto como nos demostró en Hama: donde Joaquin y yo tuvimos que vaciar todo el maletero para sacar las nuestras y volverlas de nuevo a introducir, ya que iban a otro hotel, eso si, otra vez, bajo la atenta mirada del conductor, que hay que reconocerle que se sabe fijar en las cosas, es un profesional de la atención……….ocular. Después de este inciso, propina al señor del hotel seleccionador de maletas a llevar al autobús. ¿No hubiera sido más sencillo y cómodo, ya que nos daban unas pegatinas al entrar en el hotel, que haciendo figurar en ellas nuestra habitación, tanto subirlas, como bajarlas e introducirlas en el autobús hubiera sido misión de los trabajadores del mismo con todas las propinas consiguientes? Los caminos de Ala, como los del guía son inescrutables.
Partimos pues hacia Dura Europos y Mari, en ellas lo explicado para Russafa, es aplicable, aunque la luz de la mañana les hace perder toda la fantasía y majestad, azotadas por un sol joven (la juventud no es buena para nada) y fuerte que desprecia las sombras, arrasando todo a su paso con luz cegadora.
Parece ser que ambas se encuentran en proceso de excavación, aunque solo se acierta a vislumbrar a algunos trabajadores locales que al ritmo que van, descubrirán los yacimientos en unos dos mil millones de años. De ambas me quedo con la vista del Eúfrates desde Dura Europos, sino recuerdo mal, y con la parte cubierta de la excavación de Mari, donde un colega, arqueólogo francés dedico su vida, para desentrañar bien poco.
A mi personalmente, en su día, me entusiasmó la arqueología y como tal con Loreto y Joaquin, estuvimos un buen puñado de años, todos los veranos, trabajando en una excavación patrocinada por el Instituto Arqueológico Alemán de Frankfurt y dirigida por su Director, donde lo mismo picábamos que dibujábamos, que tomábamos alturas, que limpiábamos cerámica, que transportamos carretillas. Resultado de todo ello, personalmente, hoy por hoy, pienso que la Arqueología, de considerarla ciencia, es una ciencia destructiva. En primer lugar, al sacar a la luz yacimientos ocultos que rápidamente son expoliados por los lugareños, durante el tiempo que no se excava el terreno; en segundo lugar, porque aunque los medios científicos hoy en día son amplios y aventajados, los métodos de excavación no son parejos y falsean los resultados, todo ello sin contar con las interpretaciones que se dan de los hallazgos encontrados, ya que con unos mismos restos, las conclusiones pueden ser tan dispares y desconocidas, como el origen de la mortadela que nos ponen en el desayuno.
Nuestro risueño acompañante nos vuelve a recitar las fechas, invasiones, recuperaciones y dominaciones consiguientes, ya oídas, que no escuchadas y partimos hacia Palmira, lugar de leyenda donde me sentí como el concubino de Zenobia, la primera vez que la visité. A tal fin Joaquín que es un hacha me mostró la carretera que desde Mari partía hacia Palmira atravesando el desierto y que obviaba la vuelta a Deri Ez-zor.
Evidentemente la perspectiva de un viaje dilatado por el desierto era bastante más atractiva que recorrer de nuevo la carretera antes transitada. Un viajero de la vida no debe volver a recorrer un camino ya transitado. Inexplicablemente el líder group, después de las llamadas de rigor, acepto, renunciando a la comisión que le proporcionaría la comida, ya que estaba empeñado, puesto que no consiguió llevarnos en grupo al restaurante programado para la noche anterior, llevarnos a comer a él ese día. Al menos eso pensé yo, pero en Palmira nos esperaba un buffet libre pa güiris, que ya había pactado por si las flays.
El camino comenzó de la forma más espectacular que se puede imaginar, una inmensa manada de dromedarios campaban por la amplia estepa, dibujando un paisaje contemplado quizás de igual manera por otros ojos desde miles de años atrás. Pero a continuación la anunciada pista por el desierto se convirtió en una triste carretera comarcal, trazada de forma lineal y que discurría paralela a una hilera interminable de postes portadores de electricidad, seguramente para surtir de energía a los múltiples mini asentamientos militares de la zona, donde un cabo y dos soldados en cada uno, mal vivían en precarias edificaciones abrasadas por el sol. Por lo demás nunca hay que tener elevadas expectativas, ya que casi nunca se cumplen y en consonancia, la mayoría del pasaje acabo quedándose dormido hasta llegar a Palmira.
En ocasiones los desiertos interiores, de cada uno, no acaban de acoplarse con los exteriores, que quizás en otras circunstancias hubieran sido apasionantes y reveladores de nuestros vacíos internos.
La llegada a Palmira merece otro capítulo, aunque no tan atractivo como cabría de esperar.
PALMIRA,
Era hace una década, como una novia vestida de luz, que se prendía en la retina, sobre un fondo de verde palmera y cielo azul. Era un lugar soñado. La primera vez que leí sobre esta antigua ciudad, tendría no más de 20 años y fue en uno de esos libros que se encuentran ajados en los anaqueles de cualquier librería de viejo, pero que en este caso era de mi tío Gonzalo, quien dirigió mi adicción a la lectura, así entre libros de aventuras, novelas negras y sobre todo literatura francesa, apareció ese libro que se titulaba algo así como “Los primeros descubridores de maravillas”. En él se hablaba de europeos, que vestidos como árabes y hablándolo casi a la perfección, en algunos casos mujeres vestidas de hombres, recorrieron estas tierras, entonces desconocidas en occidente. Casi todos ellos después de realizar sus descubrimientos sucumbieron a unas fiebres, una picadura mortal o a un asalto de ladrones de caravanas. Todo era mito, todo era aventura, y desde entonces me prometí, visitarlos uno a uno. Palmira y Petra fueron uno de los destinos que, con diez años menos de cintura, con más desconocimiento y descaro, pero con menos poso interior, visité y disfrute de ellos, no tanto de Petra, ya artificial por aquel entonces, si de Palmira.
Una ciudad masacrada por un ejército imperial, el romano, que no pudo terminar con el esplendor de ella veinte siglos después.
Que no pudo acabar con el sueño de recorrer su cardo máximo, aún flanqueado por esplendidas columnas, ligeramente más rosadas que el suelo sobre el que se levantan, arquitrabes fragmentados con decoración de lejanas tierras y frutas del lugar, templos a medio derruir y todo enmarcado por un oasis, que le dio vida, y una cadena montañosa, que la protegía de los duros vientos del desierto. Sobre la más alta un castillo destrozado, en el que me dejé las uñas para colonizarlo y poder ver como el sol se ocultaba en el horizonte, y en su discurrir iba tumbando cada una de las columnas, aun en pie, al hurtarles la sombra creadora de existencia. Como en un rito diario en el que el sol despertaba y acostaba poco a poco las ruinas, tratándolas con el mimo propio de un padre que arropa y despierta a su hija. Mis ojos no daban crédito a tanta belleza, belleza a la par solitaria, no más de una docena de personas asistan al rito milenario y no se oía ni su respiración, hasta que el padre agotado de tanto vagar por el cielo, en una abrasadora jornada más, se ocultaba por el horizonte. Recorrer las ruinas solo con la luz de una luna llena, grande, como sonrisa de embarazada, sentarte sobre una piedra, imaginar entre las sombras como las parejas de hace dos mil años escondían sus pudores bajo columnas y capiteles, únicos testigos de sus ardorosos escarceos y escuchar el sonido inexistente del marco desértico y al fondo, el entonces exiguo núcleo urbano, como campamento circunstancial y única fuente de luz capaz de sacarte de aquel instante, tanto tiempo esperado, por leído, soñado y deseado.
El pueblo, cuatro casas, dos bares donde servían pollo asado y un hotel. Podías andar por la única calle sin cruzarte con ningún visitante extranjero y podías tomar un refrigerio en el hotel Palmira, de ínfima calidad, pero que servia las bebidas en la entrada de las ruinas, utilizando sus capiteles acristalados como mesas velador y desde donde podías perder tu mirada en la amplitud de una destrucción tan conmovedora y perfecta.
Palmira para mi fue un sueño, hoy ha sido una pesadilla. El pequeño hotel ha sido absorbido por la cadena Cham, la más prestigiosa de Siria, remodelado con edificios prefabricados y anexo un restaurante al aire libre. Los caminos de tierra han sido sustituidos por carreteras, que llegan hasta el castillo, donde antes había que ascender por una pista de tierra de más de 2 Km. El mismo castillo ha sido construido de nuevo, dotándolo de escalones, pasarelas y quitamiedos, así como un parking de autobuses a su espalda, hoy repleto de vendedores de baratijas.
En el pueblo, la calle principal ya son varias, plagadas de bares, restaurantes y hoteles de medio pelo, tiendas donde siguen ofreciendo las mismas bagatelas que en el resto del país. El dátil, antes solo vendido en un pequeño chiscón familiar, ahora es la industria de la zona, con multitud de tiendas que los ofrecen hasta para llevar empaquetados, antes un cucurucho de estraza, ahora una caja encintada.
Pienso, para consolarme, que si ello le ha dado prosperidad a la zona, hasta cierto punto es admisible, pero viendo como viven, donde y de que manera, únicamente se constata que hay más pobladores pero en las mismas circunstancias que antaño, los acaparadores de ganancias no viven en Palmira, viven de Palmira, de sus visitantes y pobladores.
No obstante, repetí los ritos y recorrí lo ya recorrido, en ocasiones no reconociendo los lugares, ni las vistas, reconstruidas por elevación, a la vez que eclipsadas por las manadas de turistas video en mano, que con sus pantalones cortos y chancletas sobre calcetines, hoyaban unas ruinas que conocieron a una de las mujeres con más carácter de oriente, sin olvidarnos de Cleopatra. Me refiero a Zenobia reina de Palmira y prácticamente de toda Siria, con incursiones en los países vecinos y a quien negar obediencia a Roma le costó la vida. Pero merecía la pena dar la vida por Palmira, aunque si hubiera sabido en lo que se iba a convertir, dudo mucho que lo hubiera afrontado con tanta valentía.
Asistimos allí, en resumen, a lo que Ortega y Gasset llama “Rebelión de las Masas”, describiendo, desde su sentido y escala social aristocrática, como una rebelión que hace que cualquiera que pueda pagarlo acceda a lugares y actividades, antes reservadas a una élite ilustrada, que así conseguían un disfrute pleno de las mismas. Evidentemente este punto de vista Orteguiano es absolutamente criticable, aunque también matizable. Todo el mundo tiene derecho a acceder a todo lo que nos rodea, independientemente de su nivel económico, pero esto conlleva un deber, el deber de formarse para apreciarlo.
A la par hay que cultivar primero un interés y desarrollar un trabajo por parte de todos los poderes públicos para poner en manos de las gentes los instrumentos necesarios a tal fin. Para que por medio del esfuerzo individual, opten o no, por adquirir los conocimientos y la sensibilidad necesarios para disfrutar de todo lo que ante sus ojos se ofrece, pero con respeto, con orden y con autentico ansia de disfrutar. No permitiendo, por otra parte, estos exagerados desarrollos urbanísticos precarios, que lo único que conseguirán con el tiempo es estropear estos lugares, hasta que sean abandonados, por trillados y sobre explotados por gentes a los que tanto da Aguilar de Campoo o el Cairo.
Y asegurando que en ningún caso un mayor poder económico, de patente de corso para el disfrute de estos enclaves; para visitar estos lugares hay que merecerlo y eso solo es cuestión de interés, educación y trabajo, el trabajo que cuesta conocer para disfrutar lo que ante nosotros se muestra. Para el resto Marina D´or, que para eso está.
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