He recorrido Siria en dos ocasiones y con 15 años de diferencia, estás son las crónicas, que alguno ya ha leido del último viaje. Meditar sobre ellas y pensad si es posible consentir lo que esta pasando.
Es una certeza escrita y repetida, que nunca se ha de volver a visitar los lugares que dejaron profunda huella en nuestro viajar. A pesar de ello el humano erra y erra, (quizás debería ir con “h” de herrar) y busca de nuevo las sensaciones que le produjeron, un paraje, un lugar, unas ruinas, una puesta de sol. Sin comprender que nunca se puede observar dos veces pasar el mismo agua en el cauce de un río. Las circunstancias cambian, el entorno cambia, las personas cambian, él mismo cambia y una mirada casi infantil se hace madura y no obvia lo que unos ojos impresionados no alcanzan a abarcar, ni a analizar.
Esto me ha ocurrido en Siria, de la que guardaba un recuerdo imborrable, no tanto por las circunstancias, ni por la compañía que tuve en ese viaje, no logro recordar a casi nadie de los que me acompañaron en el periplo y ni siquiera recuerdo con especial cariño a la entonces compañera que conmigo lo realizó. Pero si recuerdo sus desiertos interminables, sus gentes amables, sus grandes enclaves arqueológicos, sus bulliciosas ciudades, el precio ridículo de las cosas, lo fácil que era disfrutar de todo lo que te rodeaba, si te sabias aclimatar a las carencias inherentes al poco dinero de entonces y al bajo presupuesto del viaje, todo ello te obligaba a sentir, más que a pensar. Tengo casi la certeza que, en esta ocasión, ha sido otro el que ha realizado el viaje, y que ya no queda nada del anterior viajero, que ahora se ha convertido en casi un señor maduro, más tranquilo, más sosegado, menos provocador y problemático, pero más taciturno y analítico, que ya no se deja impresionar por casi nada.
Ahora con dinero en el bolsillo, con un viaje de más presupuesto, ya no se ha sentido viajero, se ha sentido turista. Que antes se podía engañar con descubrimientos inexistentes y contactos que le parecían de literato, para darse cuenta ahora que, antes y entonces, no dejo de ser un viajante de ocio, que dentro de una burbuja visitó y visita un país, que nunca llegará a comprender dentro del traje escafandra que imponen las maneras de viajar actuales.
Muy al contrario, los acompañantes en el periplo han vuelto más que satisfechos por el exotismo y los descubrimientos realizados, descubrimientos tan prefabricados como los que antes pensé eran únicos. Fabricados para el turista que ahora es un medio de vida imprescindible para las gentes que componen el comercio, alma fenicia, de este país.
Ninguno de ellos ha conseguido mantener una conversación con un autentico Sirio, no mercenario, no ha cruzado un saludo real y afectuoso con ninguno y menos con ninguna de ellas, pero cree que ha conocido este pueblo, que ahora como entonces se mueve en un deriva de supervivencia, como casi todos los organismos vivos de este planeta, que solo buscan como mandato universal, procrearse y morir, aunque con una dignidad, en el caso que nos ocupa, que no existen en esos llamados ámbitos en desarrollo.
Viendo la introducción la encuentro un tanto tétrica y pesimista, no me entendáis mal, a pesar de ello he disfrutado del recorrido, pero a partir de ahora dejaré de llamarle viaje, que viajar es otra cosa.
Hubo un tiempo en que conseguí viajar y conocer, pero hoy esto es imposible, no por falta de dinero, que en estos países no es necesario mucho, por falta de actitud, por falta de valor y por falta de tiempo, que nos pasamos más horas en casa o en un despacho, planificando un viaje que nunca se parecerá al que nuestro alma anhela, un viaje interminable lejos de nuestra vida, que nos haga un poco felices, ¿pero quien dijo que estamos aquí para ser felices?
DAMASCO (Primera parte)
Llegar al aeropuerto de Damasco recuerda la entrada en unos grandes almacenes de la posguerra Española, una mezcla de Saldos Arias, para los más jóvenes de Sepu y aún para los más bisoños de un Lidl, en el que todo esta revuelto como en una reforma interminable. Donde los baldosines, colocados por artesanos antaño, han sido sustituidos o están en proceso de ello, por planchas de aluminio prefabricadas, que buscan borrar la mano de aquellos que, con argamasa y niveles, cubrieron las columnas dándolas un aspecto harto más solemne que el del metal abrillantado. Sucedió en Madrid, cambiando un metro artesano por una sucesión de estaciones recubiertas con chapas de colores y sucede en Siria. Es como si el futuro no fuera consolidar y embellecer, sino tapar someramente el pasado con proyecciones endebles que buscan dar formas modernas y solo consiguen parchear y ocultar lo que fue un trabajo elaborado y artesano, eso si ahora más barato en costes, pero mas caro en comisiones. Renovarse para los humanos no es cambiar desde el interior hacia fuera, es modificar el exterior para que no se recuerde lo que hay dentro de nosotros.
Colas interminables para controlar quien entra en el país, cuando el funcionario de turno no controla nada, solo sella y sella pasaportes y visados entre una gran algarabía, palabra de origen árabe que define con exactitud el ambiente reinante.
Nos recibe un sirio pelirrojo, abundantes en estos lares y que demuestra una vez más la fusión de culturas, etnias y civilizaciones que a fuerza de darse hostias, de manera indiscriminada, han compuesto una familia cuya única relación es seguir dándoselas mientras occidente saca jugo del jaleo.
Como nos hemos incorporado tarde al viaje, el resto llego dos días antes, nos dirigimos a contactar con el grupo en Tartus, antes Tortosa, localidad costera al norte de Damasco a unos 300 Km., y que como su anterior nombre indica fue territorio de Cruzados, como aún recuerdan sus construcciones es el caso del Crac de los Caballeros, cuya visita esta vez no realizamos al llegar más tarde al grupo.
A tal fin nos alojan en una destartalada furgoneta donde el conductor y su primo conectan el hiperespacio, ya que son las 18 horas, nos tienen que llevar y retornar a Damasco. Ni que decir tiene que la comunicación es nula, ellos van a la suyo, nos dan permiso para fumar, con el fin de hacer ellos lo propio y se lanzan a una especie de autovía de dos carriles y medio que surca las faldas de los montes Antelibano.
Cae la noche y solo acertamos a ver los adelantamientos suicidas de la pareja, ávida por terminar el transporte. En esos momentos me invade una lasitud que me hace indiferente a la muerte, en cualquier momento uno de los coches que se sale al arcén para dejarnos paso, a golpe de claxon, puede decidir volver a su carril y nosotros salir por los aires o chocar con otro que nos esta adelantando y curiosamente, quizá por la edad, quizá por el Idalpren o quizá por ser consciente de que la vida es una lotería en la que nadie gana, pero todos estamos obligados a jugar.
Increíblemente y a pesar del bacheado, en menos de dos horas y media, la tartana completa el recorrido y nos deposita en nuestro destino, Tartus, ciudad costera en la que la noche cerrada solo deja adivinar el batir de las olas por detrás de una alambrada, que marca una remodelación del paseo marítimo. El resto igual que hace años, chiscones de piedra que muestran una primera edificación, preparada con columnas y vigas que surgen de sus techos, para continuar creciendo en tiempos en los que la economía lo permita, pero la economía, marcada por la guerra y sus gastos inherentes, no lo permitirá nunca y seguirán pareciendo esqueletos de gigantes muertos, que solo tienen vida en sus pies, donde se encienden luces amarillentas que anuncian tiendas, restaurantes, chiscones de comida en rodillo, o dulces almibarados, más para peregrinos de nuestra calaña, que para los autóctonos pobladores. Todo polvo, y cemento gris, con varas de hierro que surgen entre sus estructuras, todo igual que en mi primer viaje, Siria esta parada, anclada en el pasado. Aún así grandes carteles de su presidente en árabe e ingles, incomprensiblemente, rezan que él cree en el futuro de Siria. Pero ya se sabe las creencias casi siempre son fe y la fe no es materia discutible a no ser que nos embarquemos en una guerra santa, algo muy trillado en esta zona.
Encontramos a nuestros amigos, contactamos con el grupo y deambulamos por las calles en busca de algún lugar en el que charlar, escuchar sus impresiones, narrar nuestras visicisitudes por el hiperespacio sirio y por supuesto devorar algún manjar autóctono. Quizá por la veteranía, que supuestamente da una estancia anterior en estas tierras, la misión recae en mí, el grupo se desgaja entre los que buscan una cena informal y los que queremos algo que de manera más contundente despegue las paredes de nuestros estómagos. Entre las luces amarillentas del paseo marítimo, quizá en perpetua en remodelación, locales de comida rápida, carne en rollo o Kebab. Nada que anime a sentarse y comenzar la degustación y sobremesa. Derivamos a las calles interiores de locales más acogedores y presumiblemente más baratos, al carecer de vistas al mar, pero es de noche, que más da. Y encontramos lo que buscamos un local de aspecto desaliñado pero con un buen surtido de pescados de la zona, chicharros, lubinas y doradas, en suma pescado cogido por sorpresa en su libertad y no criado en tinas, como se acostumbra consumir en España. Después de su pesado y ajustar precios, nos sentamos a la mesa y degustamos quizás una de las mejores cenas que nos esperaban en nuestro viaje y todo ello a unos precios que no volveríamos a pagar.
Esta ciudad se constituyó, en el periplo, como puente entre nuestra forma de vivir y comer en occidente, con lo que a partir de ahora nos depararía, no el destino, sino una agencia de viajes más preocupada en los réditos y comisiones, que en la agradable estancia y viaje de sus clientes. Fue el primer y último hotel correcto, en el que hasta había algo decente para desayunar. Ya lo iréis comprendiendo.
DE TARTUS A HAMA
La mañana se presentaba con una neblina que será cotidiana, hasta que el sol haga sus deberes y acabe con ella, luego calor asfixiante. Mis huesos, después del viaje en avión, en el que no pude ni pegar ojo, (en virtud de la compañía que atronaría después el recorrido: multitud de turistas ancianos y bulliciosos que no pararon en su asiento un momento, creyendo que el avión era más un autobús de línea), estaban remisos a comenzar el día. Pero las ganas de echar un vistazo por la ventana y ver el entorno, vedado en parte por la oscuridad de la noche anterior, me empujaron con el resorte de un ¡ahhh!, ya cada vez que me muevo sueno, ¿será para recordar que sigo vivo?
A través de la ventana un mar azul claro, hermano del cielo plomizo, todo calma, ni viento, ni olas. A la derecha observo las segundas plantas de los gigantes ya descritos ayer, casas a medio construir a la espera de elevarse sobre el resto, en vano empeño y sobre ellas multitud de paelleras, versus parabólicas, que como luego constaré invaden todo el país y que con su herrumbre colman de más sensación de derrota a las azoteas a medio construir. Me asalta una pregunta, ¿si la televisión llega aquí procedente de todo el mundo por qué no se produce un cambio social? Luego llegará la respuesta.
Después de un buen e increíble desayuno, donde no faltan el puré de garbanzos, humus, las aceitunas amargas y el queso salado, como guarnición de una especie de mortadela de cordero, me conformo con café, leche y tostadas, aquí sustituidas por tortas de harina huecas en su interior, partimos hacia UGARIT, uno de los lugares que con más ansia esperaba conocer y que no pude hollar en mi anterior visita a estas tierras.
Después un discurrir por campos yermos y pueblos a juego, donde la vida ni comienza, ni acaba. En Siria es posible encontrar una tienda de cualquier producto, en cualquier lugar, abierta a las 3 o las 4 de la mañana con su dueño y un colega departiendo en la puerta, llama la atención el gran número de barberías, donde a cualquier hora del día y de la noche, no cierran nunca, podemos observar como se acicalan, eso si, siempre hombres.
Ugarit se nos muestra elevada, sobre un promontorio, como cuna de la civilización Cananea, y aunque el guía no se cansa de repetir fenicios, no tiene ni puta idea. Los Cananeos aparecen alrededor del tercer milenio antes de cristo y el yacimiento conoce su apogeo a partir del segundo milenio. Este lugar será la cuna de la escritura, cuneiforme, y del primer alfabeto de la historia hoy por hoy conocido, que luego será llamado fenicio. De aquí partirán, de su tronco étnico, todos los pueblos de la zona en su fusión con los pobladores primigenios: de aquí saldrán los palestinos, de aquí saldrán los árabes, de aquí saldrán los judíos de Judea, de aquí saldrán los tatarabuelos de los Anibales, los Asdrubales, los Almircar Barca, de esta civilización, que sedentarios desde 10 milenios antes, conoce su eclosión en este promontorio, raza semita de mismas raíces, hoy enfrentados a muerte por intereses occidentales y un nefasto reparto territorial.
El yacimiento afortunadamente se encuentra poco excavado, aunque expoliado, seguramente, por arqueólogos de butrón. No obstante el enclave es magnifico y se respira ese ambiente especial, que hace que algunos lugares sean transcendentales hasta para los animales que los habitan, respetuosos con los ruidos del aire al batir los arbustos. Paseamos por las antiguas calles, de las que nacen lienzos de muros que hablan de grandes edificaciones, templos, mercados, cisternas y como no, tumbas, como lo que más interesa al turista, que espera ver salir bailando a los propios la danza de los esqueletos.
No voy a aburrir al personal con datos técnicos y arqueológicos de la ciudad que cualquier guía recoge, pero según los compañeros sacan las últimas fotos, y se dirigen a la tienda de recuerdos y los WC., yo relantizo mi paso e imagino, que es lo mío, una Ugarit rebosante de vida, no mejor que nuestra vida, que no son términos comparables, ni equiparables; no es igual un banquero actual que un sin techo, ni un aristócrata Barca que un esclavo capturado en combate. Me refiero a otro tipo de rebosar de vida, esa vida que aún vemos en las Kasbas y los Zocos, donde todos se ufanan por salir adelante y donde, entonces, las diferencias religiosas no eran tantas, todos siervos de Baal, que luego se desgajará en múltiples deidades y dará lugar a versiones enfrentadas que determinarán el presente de la zona.
Todos de nuevo en el autobús, conducido, pensaba yo, por un piloto automático, pero no, a lo largo del viaje comprobaré que también el autismo hace estragos en Siria, en este caso en el ámbito de la conducción; nos dirigimos al castillo de Saladino, el azote de los Cruzados. El castillo se llama así por el tiempo que tardo en conquistarlo. Así aunque lo construyeron los Cruzados, excavando foso y paredes en roca viva, el infiel se lo limpiara en dos días y es que ser “él elegido” da fuerzas y los Cruzados no creían en nada, solo en hacer fortuna, aquí solo tuvieron fortuna los que escaparon con vida.
A mi los castillos, ni fu, ni fa, me parecen grandes, altos, dicen los entendidos que en ocasiones inexpugnables, pero casi siempre fueron de mano en mano, en esta tierra donde primero los Cruzados, luego los Musulmanes, otra vez los Cruzados, otra vez los Musulmanes, luego los Mongoles, después los Otomanos, luego los Ingleses y Franceses y ahora los turistas toman al asalto, como si sus torres de homenaje, sus paseos de ronda, sus entradas en codo y sus escapes subterráneos no hubieran servido de nada.
Los castillos es mejor verlos de lejos, con perspectiva, y en una foto, que duda cabe, hacen mejor encuadre.
De ahí a comer a Lhardy, lo digo por los precios que, en virtud de la comisión del guía, del conductor, del dueño del restaurante, de la madre de todos ellos y del señor de los servicios, igualaban al plato del día en el mencionado y afamado restaurante de Madrid. Pero la opción era clara, único restaurante en la zona, o comes o no comes, y si comes pagas, lo que no quiere decir que comas, a saber: brocheta de carne picada picante para disimular su origen, ensalada en bruto para garantizar su salubridad, como si los tomates y la lechuga los hubieran lavado en la U.E., ¡no te jode!, pollo con partículas rojas y negras, que le dan el mismo sabor que los pinchos de carne y de postre café turco: café reposando sobre una ciénaga de posos, sustituible por te de menta, eso si marca Lipton. No se puede confeccionar un menú más típico para turistas, con la salvedad del Humus y las aceitunas, ya presente en el desayuno. Eso si, había cervezas, pero a precio de cava catalán y con precio separado del menú. No hablaré con esto más de las comidas, ya que serán todas iguales de malas y caras y no porque la cocina Siria lo sea, más bien por lo gilipoyas que somos, al admitir que nos paren en los sitios pactados por los guías, que a nuestra costa se hacen ricos. Tocamos a más de 10 Euros por cabeza, sino es así que venga Ala y lo vea. Intente montar la primera y penúltima rebelión, sin éxito, para conseguir alimentarnos de manera más razonable, sabrosa y económica, pero la abulia generalizada hizo que desistiera por el momento.
En plena dolorosa digestión y siguiendo el curso del Orontes, del que luego hablaré para recordar lo mejor del viaje, nos dirigimos a APHAMIA, ciudad fundada por Seleuco uno de los generales de Alejandro Magno, quien tomo el control de parte de los territorios conquistados por este a su muerte. De Aphamia tenía muy buenos recuerdos, tuvo que ser una ciudad esplendorosa de la que solo queda hoy su Cardo, es decir su calle central y parte de la columnata que la enmarca, evidentemente ha sido reconstruida por arqueólogos franceses y belgas, quienes seguramente a cambio han expoliado la zona, no obstante la reconstrucción parece bastante fiel y da una idea del esplendor de esta ciudad hoy en el desierto, pero que entonces seria un vergel en virtud del Orontes y a la que Seleuco bautizó con el nombre de su mujer. Como, por otra parte, hacia con todas las ciudades que fundaba-conquistaba, esta a nombre de mi madre, esta de mi hija, esta de mi cuñada, esta de mi amante, que queréis que os diga, hoy lo hacen con terrenos recalificados y chalés.
El paseo entre las columnas cuando cae la tarde, que aquí cae muy pronto y de pronto, a las 18 h. es noche cerrada, es un paseo de ensueño, afortunadamente los turistas, con nuestra excepción, son inexistentes, únicamente parejitas de Sirios que no dejan de hacerse fotos, mientras varios críos, azuzados por su padre, nos intentan vender postales de las ruinas; a la par el progenitor subido en una moto, recorre la vía ofreciéndonos monedas, expoliadas, vidrios y fíbulas, que guarda atropelladamente, cuando el cuidador del enclave llega y al que contenta con unos arrugados billetes, para continuar con su trapicheo y el de sus vástagos, aquí todos tienen que llevarse su parte.
Salimos por el final de la vía, después de haberla recorrido por completo, con sosiego y lentitud, el rencor por el sablazo de la comida, deja paso a un agradecimiento hacia el joven guía que nos acompaña, al menos sabe manejar los tiempos. Y de aquí a Hama, la ciudad de las Norias y de la represión, pero eso ya es otro día. Aunque por la noche vuelvo a acordarme del guía, quien nos recomienda un restaurante, y no pudiendo ir al que yo tenia proyectado al borde del río, que ya no existe, me refiero tanto al río, como al restaurante, y no adentrarnos en la ciudad, terminamos abocados a degustar otra de lo mismo y con los precios de rigor, ya que nuestro vivo leader ya había puesto en aviso al dueño del garito, quien nos tenia preparada hasta la mesa.
DE HAMA A ALEPO (Primera parte)
La primera vez que visité Hama, cálculo que hace unos diez años, lo que más me impresionó fue el sosiego que se respiraba, lo tradicional en las indumentarias de hombres y mujeres, yendo estas casi completamente tapadas. Pero a diferencia de otras zonas del país, paseaban de la mano, sosegadamente, por el parque que bordea el río, donde en una cadencia milenaria, norias que se remontaban en su diseño al dominio romano, y después sustituidas por réplicas medievales, giraban y giraban sus hasta 12 m. de diámetro, provocando un sonido entre quejumbroso y metálico al rastrillar su cauce. Era una visión idílica que no he podido borrar, en estos años transcurridos, de mi engañoso cerebro, quien almacena los recuerdos como le place y luego los vierte como le da la gana, que esa es su misión: llenar lagunas, interpretar hechos y crear historias, de ahí que nadie ante una misma situación sienta o recuerde la misma historia.
En mi primer viaje me enteré, (por un amigo palestino del guía que tuvimos entonces, un personaje curioso que había vivido en Rusia, en Cuba y por fin había vuelto a su tierra, ahora que ya no era suya) que por los años 60 o 70 el padre del actual presidente, viendo el poder que una facción musulmana alcanzaba en la región, los llamados Hermanos Musulmanes, (los mismos que ganaron unas elecciones en Argelia posteriormente, por sistemas completamente democráticos y a los que el ejercito, en este caso Argelino, apoyado por occidente, masacró y derrocó del poder, dando lugar a una guerra civil en la zona que aun colea). El viejo y actualmente muerto presidente Assad en Siria, ni corto ni perezoso, para sofocar las revueltas que este grupo protagonizó en la zona, basadas en la falta de libertad y la pobreza, procedió a su exterminio directo, bombardeando Hama y masacrando a más de 10.000 habitantes.
La paz de entonces, en mi primera visita, fue quizás la estela dejada por la muerte de muchos inocentes y contestatarios al régimen férreo de la familia Assad.
Habría que hablar un poco de esta familia, desde el desconocimiento, por supuesto, ya que todo lo que se sabe de ellos viene tamizado por la prensa occidental, interesada en acabar con un país que para ellos es desestabilizante en la zona, tanto para Judíos, como para Libaneses, sin contar con las bases de Hezbolá en el Sur de Siria, desde donde lanzan pepinazos a los asentamientos de colonos Judíos en los territorios ocupados desde la guerra de los Seis Días. ¡Basta de información geopolítica de la zona, quien este interesado que lea y busque!
Pues bien esta familia lleva ostentando el poder décadas en Siria, pertenecen al partido Baas, mejor dicho son el partido Baas, de corte laico; el mismo partido que capitaneaba Sadam Huseim en Iraq; y aunque tienen elecciones cada siete años, se puede decir que son de partido único, pero con parlamento y todo, yo por lo menos yo he visto uno en Damasco.
Al morir el padre, el mando tenia que haber pasado al segundo hijo, pero este murió antes, misteriosamente, en un accidente sin aclarar, por lo que en la actualidad lidera el país el hijo menor, de corte totalmente occidental, quien no da el paso decisivo para salir del atolladero en que se encuentra el país; algo complicado no obstante, ya que a pesar de las reservas petrolíferas y la riqueza agraria del norte del país, emplea el 75% del presupuesto en ejercito, tanto para mantenerse en el poder, como para combatir a sus vecinos y enemigos, versus cristianos y falangistas libaneses y como no Israel. No obstante creo ha sido una suerte para el país que sea este el Presidente, ya que al menos ha sido educado en occidente y sus maneras son muy otras a las que esgrimían su padre y hermano. El hermano muerto daba escalofríos.
Aquí es costumbre que hasta en la tienda más miserable se coloque un retrato, en la mayoría de los casos raído, de lo que ahora en adelante llamaremos, (el nombre se lo puso muy acertadamente mi amigo Joaquín), la Santísima Trinidad, donde aparecen el padre y los dos hermanos. Pues bien, el hermano muerto siempre aparece de militar, con chupita de camuflaje y gafas de sol de espejos, lo que nos indica la calaña del individuo, quien seguramente pensó y acarició entre sus metas ser un nuevo Saladino en la zona. Pero Ala es sabio y justo y quizás ayudado por la CIA y EL MOSAT, lo quitaron de en medio.
Hoy Hama ya no respira nada, el cauce del río está completamente seco, dicen que para limpiarlo, las Norias, más de 11 están paradas y los chavales suben por ellas como por escaleras de rascacielos, haciéndolas girar con su peso para los turistas. Los mismos chavales que se encaramaban a ellas, en mi primera visita, y en saltos perfectos caían en picado al río para conseguir una propina.
Ya no se respira por tanto la paz que otorgaban los ronroneos de los gigantes y los restaurante del borde del río, al haberse convertido en una ciénaga maloliente, han cerrado y son pocos lo que pasean de la mano, mientras que los niños ya no corretean por lo insalubre de la zona.
Todo esto, a lo que se unió el restaurante para turistas del final del capitulo anterior, coopero a inflarme los huevos, algo que quedó solucionado a la mañana siguiente, ya que durante la ducha y como algo increíble, en el hotel que cuidadosamente escogimos, con el fin de huir del hotel de mi anterior estancia, de vistas bucólicas a las Norias, pero de instalaciones deleznables, se acabo el agua fría. Yo había sufrido en mis viajes falta de agua, falta de agua caliente, pero nunca falta de agua fría, con lo que al dirigir el chorro de la ducha a mis partes nobles, estas quedaron escaldadas, mientras yo me aferraba crispado al grifo de la fría, del precioso y lujoso hotel de 4 estrellas que habíamos elegido. El profeta dijo si algo tiene que salir mal, te pongas como te pongas, te quemarás los huevos, es decir, saldrá mal.
Visita así decepcionante por la cenagosa ciudad, Norias varadas, ausentes del color marrón oscuro, fruto de su continua inmersión en el río e intento del guía para meternos en una tienda de tejidos. Como decíamos ayer, no vuelvas a un lugar que te ha impresionado y te ha hecho sentir, no lo hagas.
Con el chasco en el cuerpo, Joaquín tuvo la idea de obviar la visita a San Simeón el Estilita, lugar de peregrinación donde un colgao decidió subirse a una columna, que fue aumentando de longitud con el paso del tiempo, para alejarse del mundo y hacer penitencia a su dios, ósea al nuestro, que era cristiano. Solo un cristiano puede hacer estas gilipoyeces. Así planteamos sustituir esta visita por otra a las Ciudades Muertas, de las que ya hablaremos, pero disensiones en el grupo lo hicieron inviable. La gente quería llegar pronto a Alepo ya que era jueves, el viernes es fiesta musulmana, cierra todo y querían comprar, algo a lo que el 80 % de los turistas dedica casi todo su tiempo de vacaciones.
Obligado por las circunstancias contemplé la columna del estilita de nuevo, de su columna no queda ni un metro amorfo, ya que ha sido cortada por los peregrinos como recuerdo. En su entorno se edificó, posteriormente, una Basílica hoy en ruinas y pude ver a lo lejos una de las ciudades Muertas, algo en mi interior me aviso que las conocería, querer es poder decía mi abuela Olvido.
El sol ya había tostado mi piel y mi barba acompañaba al conjunto, tanto es así que al visitar los servicios, el niño de la puerta, (los servicios son gratis pero siempre hay alguien en la puerta que te pide algo por utilizarlos, aunque no por limpiarlos), rechazó, con gesto serio, mi moneda expresándome en un árabe, que hasta yo entendí, que los conductores no pagaban en los servicios. En el dialecto universal, es decir, haciendo el gesto de sacar una fotografía con los dedos, le explique que a pesar de mi aspecto yo no era “de la mata”, que era un turista y que cogiera lo que le daba que los catalanes no le iban a dar un duro.
Esto me da pie para hablar de la convivencia en el grupo de las diferentes nacionalidades: estaba formado por catalanas y madrileñ@s, de nacimiento unos, de adopción otros. Así como personal de zonas más castellanas. Entre catalanas y madrileñ@s el filing fue bueno, no así entre castellanas y catalanas, lo que se fue suavizando poco a poco, algo que habría hecho llorar al mismísimo Conde Duque de Olivares.
Dejamos al espíritu del estilita, inmortalizado irónicamente por Buñuel, subido en su fragmento de columna y nos dirigimos hacia Alepo, pero eso lo dejamos para otro día, que por hoy estaréis extenuados, como yo entonces lo estaba.
ALEPO (Segunda parte)
¿Por qué viajamos? Me ha asaltado la pregunta, como consecuencia de un correo recibido, en el que se me planteaba si lo había pasado bien en el viaje, ya que, al parecer, daba la sensación, de no haber disfrutado del mismo. Y respondo, no viajo para pasármelo bien básicamente; para pasarlo bien me encierro en casa con todo lo que necesito, quedo con mis amigos o me dedico a acurrucarme en el sofá con Olga para ver una película, o leo un libro del tirón, como hacia antes. Viajo para conocer, para sentir, para pensar, para intentar conocerme a mi mismo fuera de mi entorno y observar como lo enfrentan los demás. Para intentar saber, en suma, como funciona todo fuera de mí, descubriendo, casi siempre, que todo funciona tan caóticamente como dentro de mí. Viajo no para pasármelo bien, repito, sino como una misión que me imponen mis ganas de conocer que lugar ocupo en este revuelto mundo, como lo encajo y en la creencia de que al menos en mi interior me ayuda a crecer. Dicho esto continuemos con Alepo.
Alepo es un caos, la verdad es que toda Siria es un caos, pero Alepo es más caos, eso si un caos ordenado, debe ser por lo de las alas de la mariposa que dan lugar a ciclones y que extrañamente ordenan el orden inexistente. Ejemplo de este caos es una mezquita, hoy en día fuera de servicio, que se yergue sobre sus murallas y que en virtud del sabio Joaquín, con el que viajaría a cualquier parte del mundo, por su saber estar, por su sabiduría, por su bondad innata, por sus ganas de agradar y por cargar con lo más duro del viaje, orientarse y orientarnos sobre los lugares que recorrimos y lo acaecido en ellos. Yo tengo la mala costumbre, aunque impuesta tácitamente, de no leer ninguna guía, ni nada del país de destino, hasta que no vuelvo del mismo, me gusta viajar en el desconocimiento más absoluto, quizás para llegar a mis propias conclusiones o quizás porque soy un puto vago, vaya usted a saber. Pues bien Joaquín nos mostró como un lienzo, del muro de la mezquita, estaba ocupado por una estela Hitita, que había sido reutilizada para su construcción, pareciendo así el pequeño edificio el bastidor perfecto para enmarcar una pequeña obra de arte, con más antigüedad que nada de lo que viéramos en Alepo, con excepción de su museo Arqueológico, del que luego hablaremos.
Vista desde la muralla, se observa poco contraste entre la ciudad antigua, separada por la valla pétrea, y la ciudad nueva, que no moderna, que igualmente podría pasar por antigua, ya que todo lo que se construye en Siria a los diez minutos ya parece viejo, que no antiguo, ¿será el material utilizado?, ¿será el poco cuidado del entorno?, ¿será el carácter Sirio que todo lo impregna juntando lo nuevo y lo viejo, para hacerlo indistinguible, negando así cualquier cambio posible?
Volviendo a la ciudad antigua, recorrimos sus zocos, sus mezquitas, sus karanvaserais, sus madrasas. Hasta hicimos incursión en el chiscón de un anticuario, donde durante casi una hora pujamos por unas hermosas dagas, que sacamos, creo yo teniendo en cuenta el precio de partida, a un precio ventajoso después de desarrollar todos nuestros recursos en el arte del regateo.
Vimos como cristianos y musulmanes conviven pacíficamente en barrios lindantes, y como las mujeres con chador de cuerpo entero, se cruzan en sus calles con escotes y ropas cristianas apretadas, cada uno con sus creencias, cada uno con sus ritos, son las mismas religiones con preceptos diferentes. Esto es viajar, conocer que la convivencia es posible, que los seres no siempre tienen que estar enfrentados, si eso me procura bienestar, pues eso que me llevo. Pero como después, sentando frente a la súper restaurada ciudadela, veo a un pobre hombre sin piernas reptar sobre sus codos para desplazarse, el conocimiento de esta otra realidad me produce tristeza y eso sigue siendo viajar, aunque me duela.
También viajar es ver la determinación con que un crío, que aquí estaría haciendo el gilipoyas, allí con una bolsa en la mano va vendiendo platitos de pistachos, cuidadosamente cerrados con una lamina de plástico, ver la determinación en sus ademanes, en sus ojos, en la seguridad con la que ofrece la mercancía, te cobra y te da los frutos secos. Algo que más tarde se refrendará en otra tienda, donde nos atiende otro crío con la misma edad del anterior, 7 u 8 años, mientras su padre de reojo le observa como se comporta durante toda la venta. Posteriormente en Damasco en una tienda de perfumes, con un joven algo mayor, volveremos a ser protagonistas de la misma historia, mientras probamos y compramos perfumes de la mano del joven, su abuelo entre retortas y pipetas, observa la ceremonia con una media sonrisa, que en el chaval se vuelve alegría desbordada al comprobar que va a hacer una buena venta y que su abuelo, según nos alejamos, firma con un golpecito en su espalda y una gran sonrisa de satisfacción. Es como si una generación de nuevos fenicios, viniera a sustituir a la anterior, con el mismo arte y desparpajo, lo que alegra al viajero, que por otra parte piensa tristemente, que ojala ningún conflicto en la zona haga que estos tres esquejes se partan, por una guerra de religión o de territorios, que al fin o al cabo es el mismo caso. Esto es viajar.
Podríamos hablar de la ciudadela de Alepo, pero no vamos a hacerlo, está absolutamente en proceso de fabricación, conservándose ya poca parte del original, no obstante sirve para hacerse una idea de la majestad que pudo contener en su día.
Después del clave diario a la hora de la comida en un restaurante, según dicen, el mejor de Alepo, para turistas claro, el grupo se desgaja, algo que se agradece, entre los que se van de compras o a echar la siesta y los que optamos por el museo, al que yo recordaba como uno de los mejores museos arqueológicos de Siria.
Es cierto que el 70% de su colección son copias, ya que occidente se ha ocupado de expoliar el patrimonio Sirio a cambio de levantar sus columnas, pero sirve para hacerse una muy buena idea de la historia y las fases de este país de países. Desgraciadamente cometimos el error de licenciar al guía, que nos iba dando explicaciones descabelladas sobre las piezas que íbamos observando; no en vano tanto Joaquín, Loreto y yo mismo, aunque no eruditos, hemos estudiado Historia Antigua y no queríamos interferencias en la visita. Craso error, fue irse nuestro guía, y los cuidadores aprovecharon para cerrar el museo, poniéndonos en la puta calle, aunque quedaba más de media hora para su cierre y nos faltaba por ver todo el periodo greco-romano, intenté encabezar una rebelión, pero como líder he perdido todo mi carisma.
Con lo cual y para descansar un poco volvimos al hotel, El Barón, en el que yo tenía puestas muchas expectativas, no en vano fue el hotel elegido para su estancia en Alepo, tanto por Agatha Cristie, como por Lawrence de Arabia, y no me defraudó.
Estaba tal cual como ellos lo visitaron, yo creo que hasta el recepcionista los conoció, la decoración la misma, los cuadros, los sillones, la pintura la misma, el polvo el mismo. Aunque esto decepcionó a parte de los expedicionarios, a mi me hizo cierta ilusión vivir con lo ácaros y demás fauna existente, ya que eran los descendiente directos de los que convivieron con los ilustres visitantes antes mencionados. De las dos noches que estuvimos allí he de decir que dormí como un roble, aunque la última noche la venganza de Saladino, comenzó a hacer estragos en nosotros, todo por seguir ciertas recomendaciones restauradoras y no dejarnos llevar por nuestra intuición, hasta el momento intacta. Con ello comenzaron nuestras visitas asiduas al baño y no para ducharnos.
Mañana más...........................
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