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miércoles, 27 de febrero de 2013

Amarillo

Ya tenemos el lienzo, blanco impoluto, al que el escribidor acerca un dedo y siente que no “muerde”, su pintura satinada ha adquirido la dureza preceptiva para empezar la obra, ¿pero como una pluma puede discurrir por él, dando lugar a una pintura........ ?



Con paciencia, con sentimiento, con ternura,…………….. Lentamente pasea su mirada sobre los colores, intentando decidir con cual de ellos ha de mancillar la virginidad del soporte, y lo ve al fondo, detrás de todos los botes, como escondiéndose y así perdiendo esa fama que le persigue de escandaloso, de color de mal agüero y no apto para estrenos, pero él es escribidor y no tiene miedo, es quien dice lo que realmente piensa y no ha de tener miedo de lo que quiere expresar.



Es el amarillo, ese color fuerte,  poderoso que desaloja al resto, que resalta aún sobre los fondos más tenues, pero él mismo en su timidez pide que lo mezcle con otro que suavice sus formas, para adquirir un tono más acorde al sentimiento que cuadro y escribidor tiene.



Toma la redoma de mezclas y sobre un gran chorro del mismo vierte un blanco virginal,  hasta conseguir un crema fuerte, más en consonancia con las nieves sobre las que se va a depositar y el milagro se produce: el pincel, la brocha o el rodillo, que todos son servibles para su impresión, recorren la superficie, privando de espacio al blanco interior.



Es como si un sentimiento se impusiera sobre otro, como si una fiebre de origen desconocido moviese la pluma pintando el sentido último de su corazón. Así nos encontramos como el blanco virginal queda velado a priori por el crema de fusión, error que a simple vista se comprueba como acierto, ya que bajo la nueva patina se observa como clarea la nueva fusión.



El escribidor plantea su obra, la deja en el suelo, para su uniformización y piensa, que cuando se seque, ha de seguir pensando en cual será el próximo color.

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