No, hasta que por fin me haya mordido no seremos eternos, ¿pero nuestro amor será asi eterno?
Solo sé que la encontré muriendo, al nacer el día. Con mi capa cubrí su cuerpo, ahogando el estertor de sus labios, al ritmo que la claridad, naciente, del día quemaba su piel.
Y surgió la locura.
!Dame tu cuello, seamos eternos!, si no he de vivir junto a ti, prefiero morir, susurro en mis labios.
Esperando que la noche le otorgue la vida, regazo sobre regazo, reposo mi garganta sobre sus labios, fundiendo ambas sangres. Pero mientras acuno su rostro, con un movimiento brusco, sin pensar en mi dolor, sin pensar en su dolor, traspaso ambos corazones. Triste madera que, en la muerte, hilvanando corazones, nos haces, más que muertos enamorados, amantes eternos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario