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miércoles, 13 de marzo de 2013

Valga la redundancia

Hoy es un día tan revuelto o calmado como otro cualquiera, es lo que tienen los días, que se parecen unos a los otros como el ADN de un primate al nuestro, pequeñas variantes, pequeños condicionamientos, pequeñas neuras, hacen que la desviación sea en sí mínima, aunque en ocasiones nos parezca máxima, como decíamos ayer o antes de ayer, es una mera cuestión de relatividad, donde se funde relato con actividad intercambiable pero en un solo sentido, el vital.



Hoy ciento y pico “tipos” vestidos de rojo, se reúnen, al parecer, en secreto,  en una capilla de dudables aspectos artísticos, no en vano Miguel Angel, no la quería pintar y menos con los condicionantes que se le impusieron, él quería desnudos, a la larga se impusieron vestidos. Dos manos que casi se tocan, pero con sus sexos que a penas se adivinan, sobre un estudio de telas, adosado con posterioridad,  que el sastre más cateto habría podido superar.



Miguel Angel siempre aborreció a los papas ya que le hacían trabajar para ellos, pero pagaban tarde, mal y en ocasiones nunca, hay está el Moisés que realizó para la tumba de un papa, Julio,  de numeral ocasional y que debía formar parte de su tumba, junto con cuatro estatuas exentas. Estatuas que hoy se conservan en Florencia junto a su si querido y trabajado David.



Estas cuatro estatuas se conocen como los “Prisioneros”, fruto de no estar terminadas, se vislumbran los brazos, los torsos, las piernas, el comienzo de la cabeza, pero están “prisioneros” de la piedra, su dios, en este caso Miguel Angel no las terminó nunca y por tanto no fueron colocadas junto con el Moisés, ya que los herederos del "anumerado" Julio jamás pagaron el encargo.



No obstante Miguel Angel se vengó de estos papas que no le dejaron trabajar, en esto que hoy tan en boga se llama “mercado libre” y cuando el anterior Julio, ¿o fue Leon?,  le pidió un uniforme para su guardia personal, con su sentido del humor agriado por las deudas continuas, los vistió, como se puede ver aún hoy en día, al modo de arlequines que fueran a descubrir las indias, y así siguen, que para ganarse el pan han de disfrazarse todos los días.



Pues bien, para mi la idea de Dios, es como la idea que tengo de Miguel Angel, está harto de trabajar en nosotros para no recibir ningún pago, así nunca hemos sido terminados, estamos prisioneros de la piedra de la existencia, que no deja que nos movamos libremente de manera exenta, que ya prisioneros causamos bastantes tropelerías.



Y cuando nos permite en algún caso dar pasitos sueltos nos coloca un traje de arlequín, puesto que para él solo somos payasos, en una pista lateral, ni siquiera central y en una sesión matinal excesivamente corta.



No obstante, como también decíamos ayer, existen los payasos listos, a estos los viste de rojo,  los encierra bajo frescos vestidos por decoro, para que un palomo cojo, esto es el Espíritu Santo los ilumine. ¿Pero como un palomo cojo puede dar luz a alguien?



Antes de que me acuse cualquier sociedad de minusválidos o incluso de palomos cojos propiamente dichos, he de decir, que su cojera provendría del mismísimo Dios, quizás transmutado en Miguel Angel y que con su sentido del humor lo hubiera diseñado cojo, ya que de existir,  llega siempre a todas partes, tarde, mal y nunca.

Y si forma parte de Dios, en virtud del misterio de la Santísima Trinidad, que ni Poirot, via Agatha, pudo indagar, Dios sería cojo y por eso en su periplo busca señales y espera llegar antes de la fumatta blanca, que no confía mucho en su palomo.



Dentro, los purpurados esperando, no al palomo, no a Dios, no a Miguel Angel, esperando al mejor postor, que en todos los casos siempre es el diablo, más afín con el género que caracteriza al género humano. (Valga la redundancia)

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