Hablando con una, probablemente futura, amiga que yo creía vallecana y resulta que es catalana, aunque pienso que debe ser valenciana, ¡que follón!
He recordado a mi barrio la Elipa; muchas veces de pasada he hablado de él. Poco en profundidad, no se quiere recordar lo que no se añora, no voy a ser como algunos que añoran lo que no tuvieron, que se den por aludidos los nacionalistas que así lo estimen oportuno.
Yo siempre odie mi barrio, hasta odie a mis padres por tenerme en ese barrio, pero que iban a hacer ellos, se fueron a vivir a donde les dieron un piso que podían pagar, en medio de trigales y al que ni siquiera los taxistas querían pasar.
Aún recuerdo recién bípedo, ir con mi madre, por las tapias del cementerio de la Almudena, la zona más protegida, de gitanos y borrachos, haciendo el periplo diario del mercado de Ventas a mi casa de la Elipa, (no había frigoríficos), si os hablo de 3 kilómetros, no exagero. Los taxistas no pasaban de Ventas, aunque fueras con un niño pequeño y no existían las camionetas, luego llamados autobuses, que hicieran el recorrido.
En mis primeras fotos a esa edad se me ve sonreír, luego ya no, conocí a todos los “realojados” en aquel barrio, gente procedente del campo que se desplazaba a Madrid a buscar trabajo y una vida nueva, pero con la educación del más fuerte manda y yo no era el más fuerte, solo el más alegre. Y día tras día se ocuparon en quitarme esa alegría y hacer de mi lo que hoy soy.
Me quitaron los juguetes que me hacia mi padre, no había dinero para comprarlos y el los hacia en el taller, ora una espada, ora un puñal, ora un escudo, como podéis ver todo armas y es que allí hacían falta armas. Pero de todas ellas solo me salvo mi cordura y un poco de inteligencia. Hoy por hoy mi cordura esta ya un poco deshilachada y la inteligencia me la va zurciendo.
Me intentaron inculcar, mis pobres padres, que los niños no debían de pegarse, pero a mi a diario me pegaban, que debía compartir mis cosas con el resto, pero ya se ocupaban ellos de quitármelas, sin preguntar, me inculcaban que siempre dijera la verdad y aprendí que solo la mentira me podía salvar.
Ni que decir tiene que padecí bulimia, anorexia, que tartamudeaba 3 de cada dos palabras, todo intentos de escapar del mundo que me rodeaba y yo consideraba irreal. Pero era tan real que incluso por indicación de los profesores del colegio, (de alguno que dios tenga en el infierno), aconsejo a mis padres que me debían poner a trabajar.
Empecé a devorar libros de texto y de lectura y cree mi mundo. Mientras era perseguido por el Ramón, por el Extremeño, por el Chulia, por el Tiscar y por “el Caballo”, este en polvo y de color blanco. Probé los puños de todos ellos y el suave trote del chute, pero unos ojos negros me salvaron, ojos negros de ficción, que en Roxana del Cyrano me salvo y me mostraron que el poder de la palabra, era superior al de la “blanca” y al de los puños emigrantes, que se abrían camino en mi cara con la fuerza de la fuerza.
Conseguí seguir estudiando, merced a los esfuerzos de mis padres, que alcanzaron hasta los 17 y luego a trabajar, para volver a estudiar a los 27 y realizar algo que en mi familia nadie había conseguido, ni mi querido tío Gonzalo, ni mi añorado abuelo Joaquin, ni mi pobre padre, tatuado por los maltratos de su padre. Ni mi madre con grandes dotes para ello, de ahí vienen quizás mis genes.
En resumen y para no aburrir, no es de extrañar por tanto que en el fondo yo sea un híbrido, de los que se quedaron en el camino ahogados en “la blanca”, murieron casi todos y aquel niño que con la lectura y el estudio pudo escapar, aunque no del todo.
Solo así podría explicar que estas pasadas vacaciones, ante un cobarde y mezquino comportamiento y una chulería sin posibilidad de sustento por su parte, me viera cogiendo del cuello a un gilipoyas enorme y si no me lo quitan, hasta la cabeza le podía haber podido pisar.
La vida te marca, es como un potro, preferible siempre “al caballo”, al primero lo puedes ir educando domando y aunque sea inclusero seguro que a algún bello lugar te puede llevar, pero hay tener cuidado de vez en cuando se encabrita; el otro te mece pero al final invariablemente te mata.
Buen día.
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