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miércoles, 30 de enero de 2013

DOS EXTRAÑOS EN UN BAR SEXTO Y ULTIMO

- Si alguien nos leyera o leyese, cosa que dudo, estaría estragado de este diálogo de besugos, en el que dos personajes, con preguntas triviales y descripciones dudosas, intentan averiguar, uno quien es el otro y el otro intentar que este no lo descubra, ¡al grano compañero!


- Pensé que eras menos lerdo de lo que pareces, pero bien, vamos al grano, ¿qué piensas de la muerte?


- Ahora me preguntas de religión ya solo falta que Woody Allen entre por la puerta. Pero vamos a ello; alguna vez he pensado en matar a alguien, he de confesarlo. Tiene que ser una sensación extraña acabar con la vida de alguien, por ejemplo apretar su cuello hasta sus labios azulean y ves la punta de la lengua saliendo entre sus dientes, mientras sus ojos se inyectan en sangre. Debe ser como sentirse Dios, al fin o al cabo él lo hace todo los días y con fruición debe ser algo, digamos estimulante.


- No me refería a ese tipo de muerte, me refería a la tuya o porqué no a la mía.


-No sé, no tengo motivos para matarme, ni tampoco para hacerlo contigo.


- Entonces ¿por qué has intentado acabar conmigo en más de una ocasión?


He de confesar que en este punto empecé a perder el control de la situación, hacia rato que no le miraba a la cara, solo seguía su reflejo en el espejo, pero algo en su mirada y más después de lo dicho me llevo a estremecerme.


-¿Cuándo he intentado matarte?


- A diario, en cuanto se te presenta la oportunidad no buscas otra cosa que acabar conmigo y lo considero injusto, aunque no lo recuerdes somos más que amigos desde hace un tiempo, desde que decidiste tomar partido por la cordura asocial.


- ¿La cordura asocial?


- Si, esa cordura que hace que te centres, pienses, reflexiones, fuera de la masa que se deja dirigir y que ostenta ese pensamiento único, creado e insertado para ellos y en ellos…………………..



Todo me daba vueltas hasta el punto que casi me caigo del taburete que por mor a su inmovilidad en el suelo, era mi primer punto inmóvil. Me repuse sin saber que decir.


El orco se dirigió a mí, pero ya no era un servidor de las sombras, era una camarera exuberante, de ojos solares y boca enorme iluminada con blancos neones.


- Señor es hora de cerrar, será mejor que pague las consumiciones y se vaya a casa, por hoy ya ha bebido bastante. Tengo que cerrar, estamos solos como puede ver.


¿Solos? Pensé desorientado.


-Bien, preciosa cóbrame, habrán sido 10 dobles míos y otros tantos de mi enigmático compañero.


- Lo siento señor, pero solo cobramos a los clientes que se sientan fuera de la barra, no a los que se reflejan en el espejo de detrás del mostrador, los dobles de los dobles van por parte de la casa.


-Vuelva cuando quiera en EL DOBLE siempre será bienvenido.

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