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lunes, 29 de octubre de 2012

SAMARKANDA

En tiempos de Genghis Khan,  Samarcanda, al parecer, era realmente una ciudad deliciosa. Situada a mitad de camino entre los dos grandes ríos de Transoxiana, el Amú Daría y el Sir Daría, estaba protegida de los vientos por una alta cordillera de montañas amarillas que se extendían y extiende desde el este hacia el sur.


Era parada obligada de la ruta de caravanas y un emporio comercial y artesano. Estaba rodeada de jardines y viñas y los rosales brotaban por doquier perfumando el aire de manera tal que no había ninguna otra ciudad en el mundo que pudiera alardear de un aroma semejante.

“En verdad que respirar la brisa de Samarcanda en los atardeceres de primavera y contemplar sus parterres de rosas es un extraordinario goce para los sentidos” Esto último en palabras de OMAR KHAYYAM, quien posteriormente visitó la ciudad y sus sentidos se vieron tan impregnados como en tiempos del Gran Khan.

Hoy en Samarcanda lo más antiguo que encontré fue el hotel donde nos alojaron, que dada su situación, se encontraba en venta, ni siquiera los ascensores funcionaban, solo un montacargas con olor a fritanga que cumplía las funciones de manera tambaleante.

Ni que decir tiene que, obviando estas tonterías, me lancé a la ciudad como un poseso para ver la plaza del Registan, ¡si coño!, esa plaza que sale en todas las postales y que a todos nos llena de emoción al pensar encontrarnos ante ella, dentro de ella, rodeándonos por ella.

Pues bien, si tuviera alma, todavía estaría buscándola, dado que se me hubiera caído a los pies y con tanto reflejo de azulejo ¡para encontrarla!

En esta plaza,  Y TODA SAMARCANDA,  se ha cometido el mayor asesinato que la humanidad ha podido perpetrar en monumentos levantados y no levantados por la mano del hombre, …………… ha sido alicatada de arriba abajo con baldosines que imitan a los que en su día fueron originales, pero sin seguir sus métodos de cocción, ni tan siguiera se han estudiado sus métodos de pintura y sellado, el resultado cada dos por tres los nuevos baldosines se desprenden y son sustituidos por otros de la misma calidad y parecido brillo, no marcándose en ningún lugar, lo restaurado y lo original. Todo por mor de un turismo que acude a raudales, a llenar tarjetas digitales de un decorado que recuerda las películas de Bollywood.

La plaza del Registan me hizo recordar a esas mujeres que traspasando la cincuentena, y guardando en su piel todos los secretos de su vida y su juventud, se empeñan en pasar por manos de un Chaman, llámale cirujano plástico, para recuperar su antiguo esplendor, esplendor que en algunos casos ni siquiera existió, pero empeñadas en ello,  cambian su fisonomía para no hacerla acorde con su historia, con su vida, con sus triunfos, con sus fracasos, en suma para presentar una cara y un cuerpo que les ha borrado el pasado………………… como si el pasado, que siempre se instala en el interior de cada uno y corroe día tras día nuestra existencia, pudiera ser borrado por mor de un bisturí.

Bien, pues ellas siguen siendo las que eran con 30 años menos, porque algo las delata, solo algo, que únicamente los muy experimentados podemos apreciar, el olor camuflado de lo viejo. El olor de lo viejo nunca engaña, los besos de viejo saben a viejo, pero no sirve para llegar al interior camuflado de la persona.

Y este crimen ha sido cometido contra la indefensa Samarcanda, que ella, a diferencia de otras, no ha pedido su rejuvenecimiento, y si recuperar su olor y un sitio en la historia para ser recordada por lo que fue.

No es de extrañar por tanto que casi se me saltaron las lágrimas, por la que siempre será en mi corazón la ciudad donde el sol se arrodillaba antes de iluminarla.



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