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martes, 23 de octubre de 2012

ATARDECER EN KHIVA

Ayer me tiré toda la tarde reconstruyendo el viaje a Uzbekistán, para el relato prometido y mi desorientación ha sido solo superada por el emplaste que ha hecho el guía del recorrido pactado.

Mis ojos empezaron a recorrer Mausoleos, de los que tengo postal, no fotos, que ya no práctico el arte de mirar por un agujero, mirar directamente es más gratificante. Y resultado el viaje amen de desiertos, estepas, carreteras interminables, cenas típicas con espectáculo tipo bollywood detestables y diarreas múltiples, no ha tenido mucha enjundia. Solo momentos, momentos de comprensión humana parejos a los  de incomprensión del mismo jaez, de comunión de ideas y sentimientos, de transgresiones y risas descontroladas e incontroladas.

Y yo me pregunto: ¿Existió Tamerlan, Alejandro Magno, Genghis Khan? Ya casi lo dudo, todo es una amalgama que por mucha documentación manejada, habla más de mitos y brumas que de la realidad de una región que al parecer lleva dos mil quinientos años señoreando estas tierras, que si bien existieron no fueron los mitos que hoy se nos presentan.

Derivado de lo anterior nos vamos a circunscribir a momentos que espero reflejen las impresiones que ha causado en mi machacada comprensión,  ideas, reflexiones, presencias y sentimientos.

Después del Perro Uzbeco, seguiré con la Puesta de Sol en Khiva, una puesta de sol que nos demostró a Montse y a mi, que la paciencia aun es patrimonio de la gente mediterránea, la gente que sabe esperar, ya que da al tiempo el valor que tiene, ninguno y es capaz de esperar sentado mientras las piernas duermen un doloroso sueño para que el astro se digne aparecer.

Khiva, es una ciudad donde no vive nadie, es un oasis en medio del desierto, utilizado por las caravanas en la ruta de la seda, por ello se encuentra lleno de Karavanserais, pensiones donde los caravaneros podían dormir y  poner a buen recaudo durante la noche, sus enseres, animales y productos sin miedo a robos muy proclives en la zona. Ni que decir tiene que los recorrimos todos, parecía en ocasiones que éramos empleados del Censo de Karavanserais nombrados por el gobierno Uzbeco, y nada más alejado de la realidad. Cuando has visto un Karavanserai de Oasis, los has visto todos, no sucede igual con los situados en grandes ciudades, pero este no es el caso.

Con el fin de conocer el nombre de cada uno y donde estaba, valga como ejemplo, los turis del grupo lo primero que hacían, antes de saciarse a sacar fotos, que religiosamente se pagaban a parte, tomaban una foto de la placa del mismo, con el fin de saber de donde coño eran las fotos que luego verían en casa.

Como ya adelante ayer, el país esta alicatado antes de ayer para que los monumentos, que hoy se nos mostrarían en ladrillo y adobe dándoles una imponente prestancia, vuelvan a ser coloreados como películas de los años 50, pero desgraciadamente por Pepe Gotera y Otilio, “chapuzas a domicilio”, que colocan los azules, verdes, rojos y amarillos, donde les pluge,  siguiendo la pauta de los restos conservados, sin ningún criterio histórico ni artístico, únicamente para impresionar a un turista que la mitad de las veces piensa que se conservan así de bien después de 2000 años.

Obsérvese la calidad del turismo, ¿si no como se explica las obsesivas fotografías de obras de soladores y alicatadotes de cuarto de baño metidos a restauradadores?

Pues bien Khiva, es de las menos atacada, por ahora, por la hiperbaldosinización de los monumentos, seguramente por dejadez, o quizás por ser patrimonio de la UNESCO, que por otra parte no permite a los habitantes intramurallas, escasos por otra parte, hacer sus casas como no sean de adobe, ósea comodidad a tutipleim, todo sin tener en cuenta que las tuberías del gas, tema que trataremos en otro articulo, no se les ha ocurrido en ningún caso enterrarlas o disimularlas y con su amarillo chillón coronan todas las calles pasando de acera a acera por lo alto, como colgadores de guirnaldas en fiestas inexistentes.

Pero vamos a la puesta de sol, desde la torre de la Madrassa, vaya usted a saber como se llamaba, por una angosta escalera se llega a su parte superior y después de habernos recomendado encarecidamente el resto del grupo que subiéramos a verla, Montse y el que suscribe comenzaron la ascensión a la misma, llegando a la terraza plagada de alemanes y algún que otro español, pacientemente, llegamos 1 hora antes, y nos colocamos “acoqui” para poder verla en primera línea.

Únicamente al fondo un cúmulo de nubes privaba de la visión del Astro. Ni que decir tiene que la falta de paciencia de los bárbaros del norte y de los choriceros del sur, hizo que se fueran deslizando como hilitos de chapapote hacia la salida, dejándonos únicamente con otras dos integrantes del grupo, a las que cariñosamente alguien apelo como “las que orinaban colonia”, he de decir que Paloma me caía bien,  quizás porque me recordaba a Carmencita Franco en sus mejores tiempos, con esa ingenuidad calibrada que da a entender una estupidez muy lejana de sus características, pero  que la permite adaptarse como un camaleón en el Amazonas; Paloma es lista,  muy lista y por tanto sabe explotar a la perfección su pretendida estupidez.

Pues bien, la paciencia tuvo sus frutos, el sol rompió con fuerza las nubes y como un ojiva nuclear, apareció solo para nosotros cuatro, clavándose con fuerza en el horizonte, mientras nuestros ojos chispeaban por el esfuerzo de la visión directa.
Fue mágico, quizás por la compañía, me refiero a Montse, siempre en su lugar, siempre libre y siempre directa. Quizás por la necesidad de sentirme insignificante ante todo lo que me rodeaba, quizás por el enjambre de casas "adobadas", (del adobe entiéndase), que permutaban su color de rojo a ceniza, en función del hundimiento del astro en el horizonte.

Eche de menos al muecín en su torre llamando a oración, pero Uzbekistán, país de contrastes, al parecer de inclinación islámica,  no se caracteriza por dichas manifestaciones. Por ello hice uso del recuerdo, me situé en la mezquita Omeya de Bagdad, que sabe Ala, si todavía existirá y escuche al muecín llamar a los fieles a oración,  como obedeciendo a ese sol que en un nuevo día se enterraba ante nuestros ojos, con pereza,  pero con la obligación de volver a salir al día siguiente.

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