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lunes, 26 de marzo de 2012

CONFIANZA Y AMOR

       



Me han contado una historia, que me ha  tocado profundamente, quizás por que yo no tuve la suerte de ser protagonista de una experiencia que marcaría a nuestra protagonista,  para bien, y lo que es mejor : durante toda su vida.

Nuestra protagonista era una pequeña niña, Sandrita, de cara juguetona, dientes descolocados y cuerpo de chico-chica que con el tiempo se ha convertido en una mujer harto atractiva. Pero volvamos a sus principios, era un "puntito" de dos años pero con ganas de ser tan mayor como el resto de sus hermanos, cinco nada menos, ella era tan pequeña que aun no entrará en la contabilidad familiar hasta que se sienta útil y gane en confianza con ella y los demás, que de eso va el cuento, no el relato, ya que cualquier parecido con la realidad no será mera coincidencia, será realidad coincidente, que es la mas real de las coincidencias.

En total y contando con ella, (solo por esta vez que ya dijimos íbamos a dejar fuera de la contabilidad a Sandrita), eran 8 los componentes de esta familia, que eso eran: conjunción de padres, 2, como era antes lo corriente, (hoy en día nos podríamos perder en soliloquios paténtales, de composición, número, inclinaciones sexuales, etc.,  que a nada nos llevarían).

Ellos, los padres Lola y Luis, ella siempre con la sonrisa en la boca de rostro atractivo y cuerpo liviano, el Luis de cuerpo enjuto, mirada seria y  también de sonrisa pronta no exenta de autoridad por ello. De los niños que deciros, unos más inquietos que otros, unos más responsables que otros y todos con unas ganas indecibles de comerse y encontrar un lugar en el mundo.

En su mundo.

La única sin ese lugar era Sandrita, pero ese momento llegó y llegó con la compra semanal, por llamarla de alguna manera, ya que cualquier compra que se llevara a cabo en esa casa, era eso semanal. Todos pequeños, unos más que otros, pero con algo en común un gran apetito, que hacia el placer del panadero por sus 8 o 10 barras de pan diarias. Por tanto cualquier compra podría adquirir el concepto de semanal dadas las cantidades necesarias para dar de comer a esta tribu de termitas insaciables.

Eran tiempos en los que los niños comían con agua, que el vino y el sifón era patrimonio de los progenitores, y en algunos casos ni eso. A tal fin contaban con una Jarra de Cristal,  que inexplicablemente solo era capaz de contener un litro de agua, solo un litro para al menos 6 sedientos cachorros que como cervatillos de abrevadero dejaban seco cualquier riachuelo que cumpliera las funciones. Así aunque apiñados en la cocina, Lola tenia que girar y rellenar la Jarra al menos 30 veces en cada comida.

Ninguno se percataba del esfuerzo de la madre que debía dejar de comer para dar de beber  a sus sedientos cachorros, cada dos por tres. Solo Sandrita observaba y en ocasiones hacia que su agua durase para que mama pudiese comer más de corrido.

Pero llego el día de la compra semanal, todos embarcados en el SIMCA 1200 de la época, por si no lo hemos dicho corrían los años 70. La ida era un tanto apretujada pero que decir de la vuelta. Gracias a la meticulosidad de Luis de mente cartesiana, “todo tenia su sitio, y cada sitio tenia su parte que daba lugar al todo”, consiguió una vez más que tanto maletero como viajeros quedaran encastrados entre los asientos, el maletero y la chapa del SIMCA.

No obstante con esto no estaba  todo hecho, en las casas de antes, amén de pequeñas, (cualquiera hubiera sido pequeña, para nuestra familia),  lo peor eran las escaleras, escaleras por donde se debían portear todas las viandas y objetos comprados para el sustento material e inmaterial de la familia.

Así de manera solemne Luis iba sacando del Maletero una a una, todos los paquetes y bolsas que había que ascender a su piso ubicado en la segunda planta del edificio, por supuesto, sin ascensor.

Así por orden de talla, sinónimo de fuerza, uno a uno iba recibiendo su parte alícuota de carga que debía transportar y  depositar con extremos cuidado en la cocina del hogar. Y aquí entra Sandrita, quien ya desde el principio de la compra había fijado  sus miras en uno de los artículos adquiridos. ¡Una nueva Jarra de gran tamaño! Con la que mama, ya no tendría que interrumpir tan a menudo su comida para volverla del grifo a llenar.

Nerviosa y al final de la fila esperaba y esperaba,  que la Jarra llegara a sus manos, la duda cruzó por los ojos de Luis y de Lola, ambos pensaron: “mucha jarra para tan poca niña”, pero su sonrisa acalló las medias risas de los graciosos de sus hermanos en edad de mofa y befa y con ciertas dotes premonitorias, aunque no absolutas.

 !No se podían negar!, no era solo una Jarra era el comienzo de Sandrita,  era el momento de convertirla en una niña mayor con responsabilidades como los demás. No se trataba de llevar al colegio a Marcos como hacia su hermano Luis, luego también con Pablo, ni de la función de Olga haciendo lo propio con Sandra esta vez a la guardería, ni la de Mari siempre ayudando a mama. Era el momento en que el miembro más pequeño, dada su capacidad y decisión debía de afrontar ya una tarea de responsabilidad.

Así con un suspiro de inquietud, pero con una sonrisa de confianza,  Luis deposito la gran Jarra en manos de Sandrita, que desgraciadamente ni se lo pensó y hecho a correr escaleras arriba, como hacia todos los días, saltando y corriendo de escalón en escalón  y por donde  jamás cayo……………….. Hasta ese día en que Jarra y Sandrita rodaron sobre las escaleras donde  todo se convirtió en lágrimas: lágrimas de cristal, que fue como quedo la Jarra, toda hecha cachitos y lágrimas de Sandrita, que no le encontraba  explicación.

Ni que decir tiene que tanto Lola como Luis, que no eran criadores de conejos, sino de personas, entonces niños, quitaron hierro al asunto, no dando importancia y echando la culpa a los escalones como  causantes de tan tonto accidente. Pero aunque los escalones no rechistaron, dejaron clavada una astillita pequeña en el corazón de Sandrita, su primer trabajo, su primera misión para ser una más y todo por el suelo en un mar de lágrimas de sal, en un mar de lagrimas de cristal.

En la cama por la noche Luis y Lola se rieron de la cara de Sandrita y de su preocupación, la querían tanto que en cuanto volvieran a la compra, comprarian otra jarra y repetirían la ascensión.

Y una semana después tuvo lugar la ocasión.

Podríamos decir que las Jarras las carga el diablo, pero sería presunción,  el caso es que esta vez Sandrita, casi llega al piso superior, pero sus ganas, sus ansias de mostrar su determinación, volvieron a romperse en lágrimas, adivinad: de sal y cristal.

Los consuelos fueron, por parte de los padres, más contundentes que en la ocasión anterior, pero de los cabroncetes de los hermanos no podemos decir que una que otra risa no aumentó su dolor.

No obstante lo bueno del tiempo es que pasa, y pasa a una velocidad que aunque para los niños es mayor, pasa y llega de nuevo una nueva compra, un nuevo reparto de bolsas, para nuestra Sandrita una nueva ocasión.

 Y esta vez solemnemente, algo que pillo desprevenida a Sandrita, se encontró de nuevo como Sacerdotisa de la Jarra para una nueva ascensión.

Si alguien en su vida, en este maldito planeta, ha puesto atención en hacer algo, ese alguien fue Sandrita, que con las dos manos como llevando un fuego sagrado, escalón a escalón, haciendo caso omiso de las risas de los cabroncetes, llego al primer rellano y sin descansar continuó la ascensión, atravesó la puerta de casa y llego a la cocina, donde la depositó.
Toda la familia en el quicio de la puerta se hubiera podido apoyar, si el quicio diera para tanto personal,  para ver la cara de la pequeña niña, que gracias a una Jarra, unos padres y una gran determinación, no solo había subido dos pisos, había comenzado a forjar su carácter y su gran determinación, desde ese momento ya no seria la pequeña seria la octava, una más, nada más y nada menos.     (Sandra & rouco)




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